Era una noche de agosto. Luna llena. Caminábamos por la ladera de una montaña poblada por un espeso bosque mixto de encinas y pinos. La claridad nos permitía, a mi amigo el zoologo y a mi, movernos sin necesidad de linternas.
La noche no es el mejor momento para un botánico: Los escasos hongos luminiscentes fructifican en otoño, las algas que gozan de la misma propiedad viven en el mar y las flores que sólo se abren en la oscuridad, para ser polinizadas por murciélagos, crecen en los lejanos trópicos.
Por contra, un zoologo puede estar activo las veinticuatro horas del día. Donde la vista no sirve, llega el oído y el olfato. Mi acompañante, experto ornitólogo, me indicaba a que especie plumífera pertenecían los ululatos y voces que nos envolvían: Búho real, lechuza, mochuelo, autillo, búho chico… También sabía, gracias a una entrenada nariz, si la senda que seguíamos era paso habitual de zorros o de jabalíes.
Las noches de luna llena, aunque parezca lo contrario, no son las más favorables para el estudio de la fauna. Los animales establecen una tregua. Los que pueden ser cazados temen que la luz lunar los haga visibles y , por tanto, demasiado vulnerables. No se alejan mucho de sus refugios, o bien, permanecen en su interior. Los predadores, desprovistos de su manto de invisibilidad, saben que han perdido el factor sorpresa. Tanto los unos como los otros, emplean el plenilunio a otras tareas: Reparan sus viviendas, se aparean, ponen huevos, paren…
Transcurridas unas horas de marcha y varios tropezones míos, un sonido me estremeció de pies a cabeza. Un irreal y prolongado aullido, que partía de tonos graves y aumentaba su frecuencia en extrañas e inhumanas ondulaciones, hasta hacerse inaudible para mis oídos, no aptos para ultrasonidos. Sentí un profundo terror mezclado de una sensación de maravilla. Nunca había escuchado, hasta la fecha, la voz del lobo en la Naturaleza, ni había estado tan cerca de ellos. Ninguna grabación, por buena que sea, hace justicia a ese sonido ancestral. Parecía que la tierra, desde sus entrañas, interpretaba la primitiva canción de las canciones. Mi amigo estimó que el animal se hallaba a menos de un kilómetro de nuestra posición y afirmaba que estaba avisando a sus congéneres de la presencia de extraños en su territorio.
No les gustamos a los lobos. En su memoria de especie están grabados miles de años de persecuciónes y guerra. Sin embargo, se han dado casos en los que una manada ha encontrado a un niño abandonado y lo han criado como si fuera uno de los suyos.
Una ligera brisa y el descenso de la temperatura ambiental nos anunciaron que el amanecer estaba próximo. Decidimos volver al pueblo donde habíamos alquilado una habitación, para llenar estómagos vacíos y dormir unas horas antes de seguir nuestro viaje por tierras castellanas.
Al poco rato, el cielo comenzó a clarear, el negro se iba convirtiendo en violeta y nuestra visión mejoró lo suficiente como para descubrir algo inusual en el sendero que seguíamos: Un gran trozo de carne cruda coronando un montón de hojarasca. Mi amigo supo rápidamente de que se trataba. Tomó una gruesa rama del suelo y tocó con el extremo el trozo de carne. Un mecanismo metálico se disparó y la madera se quebró en dos con un sonoro chasquido. Habíamos topado con una trampa para lobos.
Cuando llegamos al hostal donde nos alojábamos, narramos lo que nos había ocurrido y preguntamos por el cuartel de la Guardia Civil más próximo. La actitud amable de los dueños y los clientes que estaban en el bar cambió completamente. Nos insultaron y amanazararon, algunos con armas de caza. No vimos obligados a huir, dejando atrás nuestro equipaje y dinero.
Después de una larga caminata, por fín llegamos al cuartelillo de otro pueblo, donde presentamos las correspondientes denuncias.
Volvimos al hostal, está vez acompañados por dos agentes uniformados, pero los propietarios y vecinos lo negaron todo, incluso que nos hubieran visto alguna vez. El cepo de lobos tampoco estaba en el sitio dónde habiamos dicho.
Uno de los guardias se apiadó de nosotros, nos condujo a una estación de tren y nos prestó dinero para los billetes. Meses más tarde supimos que el caso se archivó por falta de pruebas.