El papiro, una hierba faraónica 

El Rey de la Doble Corona, acompañado de un nutrido séquito, visita el delta todos los años. Señor del Alto Egipto, al sur, tierra de cereales y tumbas, también es Señor del Bajo Egipto, al norte, el majestuoso Delta del Nilo. Mientras supervisa la recolección de la planta del papiro, disfruta de la abundante caza y pesca que se cobija a a su sombra.

La fabricación del papiro es monopolio real, la planta de la que se extrae, asociada a la diosa Uadyet, se llama Flor del Rey, que los griegos tradujeron como Papyrus y los cientificos bautizaron como Cyperus papyrus. Los tallos de esta hierba gigantesca, de sección triangular, están coronados por un penacho de hojas o de espigas y alcanzan 5 metros. Necesita mucha agua en sus raices y abundante sol en las partes no sumergidas. La desembocadura del rio era su habitat perfecto. Avanzar a pie por el delta era tarea imposible a no ser que siguieras los senderos abiertos por los elefantes o el ganado vacuno. El único medio de transporte efectivo era la barca, fabricada, por supuesto, de papiro. Multitud de aves acuáticas encontraban su refugio en este verde laberinto, entre ellas el Ibis, animal totémico del dios Thot y en los canales de agua vivían enormes peces comestibles, como siluros, oxirrincos, percas…

Los obreros del faraón elaboraban los más caros pliegos de papiro dedicados a usos ceremoniales y de otras calidades para diversas escrituras no sagradas. También se podían fabricar con este material, cestas, sandalias, cuerdas, ropas y embarcaciones. La raiz y el interior de los tallos eran comestibles y los médicos consideraban que tenían poderes curativos. 

El proceso de fabricación de los pliegos de papiro se iniciaba poniendo en remojo los tallos de la planta durante una o dos semanas. Estos tallos se cortaban en láminas y se aplastaban con un rodillo para eliminar el exceso de savia y otras sustancias. Después, se situaban estas láminas formando líneas verticales y horizontales. Se prensaban de nuevo para que la savia restante actuara como pegamento. El acabado consistía en frotar con piezas de marfil o conchas de moluscos los pliegos obtenidos durante varios días y ya estaba listo para ser utilizado.


Los pliegos de papiro se pegaban entre sí para formar rollos, que así eran los libros de entonces, y podían alcanzar, desplegados, casi 5 metros de longitud. La escritura se realizaba en la cara del papiro donde eran más evidentes las líneas horizontales. En el reverso, a veces se escribía, pero no era frecuente. Lo que si se hacía, dado el precio del material, era borrar y escribir de nuevo.
El rollo, una vez escrito, se guardaba en un estuche de piel. Para consultarlo, el lector sujetaba el ejemplar con una mano y lo desenrollaba con la otra, que también se usaba para enrollar la parte leída.

Con la llegada de Alejandro Magno a Egipto, en el siglo IV a.C. , el uso del papiro se hizo universal, aunque sólo se produjera en el Delta del Nilo. En el siglo V d.C. su utilización descendió a favor del pergamino, fabricado con pieles curtidas de animal. En el siglo XI desapareció completamente.
Actualmente la desembocadura del Nilo no tiene el aspecto que tenía en el periodo clásico. Las masas impenetrables de papiro han sido taladas y con ellas un fértil ecosistema rico en avifauna y pesca. Estorba para la circulación de embarcaciones y la construcción de viviendas. Las aguas bajan sucias y privadas de vida. La presa de Assuan, varios centenares de kilómetros río arriba, ha acabado con las crecidas, que hicieron de Egipto el país con mayor riqueza agrícola del mundo, y también está empequeñeciendo el delta al verse privado del aporte anual de sedimentos.

La cara B del progreso siempre es desagradable, especialmente en Egipto, otro paraíso perdido.

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