Europa hace 40.000 años (Winter is comming). 

En esa fría época, la última glaciación del Pleistoceno, llamada Würm, estaba en su apogeo. Gran Bretaña permanecía unida al continente (otro argumento contra el Brexit) y el mar estaba 100 metros más lejano de la actual línea de costa. El hielo cubría la mitad de la superficie continental. La lluvia era escasa y, sin ser un desierto, el terreno no admitía la vegetación arborea, dominando una pradera alta y de abundante biomasa llamada estepa, que en latitudes mayores se convertía en taiga, poblada por gigantescas coníferas, después, en tundra, paraíso de musgos y líquenes.

El rey de las estepas era el mamut lanudo, Mammuthus primigenius, el hervíboro mas grande y poderoso, que vagabundaba en manadas dirigidas por la hembra alfa, comiendo 300 kilos de materia vegetal al día y por cabeza. Superaba los tres metros de altura y las 6 toneladas de peso y sus retorcidos colmillos podían alcanzar los cuatro metros. Su pelo era largo, unos 90 centimetros, y variaba del pelirrojo al negro. Su resistencia al frío era extraordinaria, las bajas temperaturas no afectaban su vitalidad. Vivían hasta los sesenta años, cuando sus últimas muelas se desgastaban y ya no podía alimentarse. Cuando un Mamut macho alcanza su madurez, las hembras le obligan a abandonar la manada y vivir por su cuenta, convirtiéndose en un macho solitario. Las hembras sólo buscaban su compañía en los periodos de celo, produciéndose dramáticas peleas entre los machos por el derecho a reproducirse. En los colmillos fósiles aún se perciben a simple vista  las cicatrices de los combates. Tenía pocos enemigos. El León de las Cavernas y el Homo sapiens, eran los únicos que se atrevían a cazarlo.

El León de las Cavernas, Panthera leo spelaea, era nuestro equivalente del Dientes de Sable Norteamericano, Smilodon. Pesa más de 300 kilos y posee una poderosa dentadura capaz de una mordedura prodigiosa, a prueba de piel de mamut. Cazaba en grupos o en solitario, según la presa, y como prudente carnívoro, sólo atacaba a animales rezagados y débiles.

Los Homo sapiens (los salvajes de más allá del Muro) eran más arriesgado, cazaban, sobre todo, grandes machos solitarios. Los hombres contaban con una primitiva pero efectiva tecnología de caza, de tal modo que contribuyeron decisivamente a la extinción de este mamífero. Aprendieron pronto que no había que cazarlos cara a cara. Mediante ruidos y antorchas, los conducían a trampas mortales, como una fosa con estacas en el fondo o acantilados lo suficientemente altos. Este duro trabajo tenía como recompensa toneladas de carne fresca, pieles, huesos y colmillos.

El Rinoceronte Lanudo, Coelodonta antiquitatis, era otro hervíboro europeo, más grande que los rinocerontes actuales, de largo pelo y cuernos de hasta un metro y medio. Compartía pastos con gigantescos bisontes de cuernos de casi dos metros, los mismos que están pintados en las paredes de la Cueva de Altamira. También había caballos, uros (antepasados de los toros de lidia), ciervos gigantes, renos, antílopes y la terrible hiena, más grande de las de hoy y competidora directa del León de las Cavernas, al que disputaba las presas. 

Pero hace 13.500 años, los casquetes retrocedieron, subió la temperatura y las lluvias arreciaron. La estepa no tuvo más remedio que dar paso al bosque. El nivel de las aguas costeras subió y la Isla de Gran Bretaña quedó separada del continente por un brazo de mar. Cambiaron las condiciones ambientales y la vida se transformó con ellas. El bosque no ofrecía tanta comida vegetal como la estepa. La megafauna se estinguió o evolucionó reduciendo el tamaño de sus cuerpos y la longitud de su pelo. Las hienas, leones y antílopes emigraron a Africa. Los Mamuts supervivientes a la caza y al cambio del clima, se exiliaron en el remoto noreste de Siberia, donde aguantaron 11.000 años más. Sobrevivieron hasta que la Pirámide de Keops cumplió mil años.

El suelo helado de Siberia ha conservado cientos de cuerpos, algunos casí intactos. Los esquimales los desenterraban para alimentarse de su carne. Los paleontólogos han logrado incluso extraer sangre de algunos ejemplares. Los furtivos, que expolian los yacimientos poco vigilados, no buscan información o llenar el estómago al instante, quieren marfil. En el mercado negro, los colmillos de mamuts son muy valiosos, sin embargo, el beneficio del recolector da risa comparado con el del traficante.

En los restos de estos últimos mamuts se ha encontrado fragmentos de ADN, sin embargo, no se ha podido recuperar el genoma completo, con vistas a una posible clonación. Sería preciso completarlo con ADN de elefante africano, su pariente más próximo, y utilizar una hembra de esta especie como vientre de alquiler. No obtendríamos un ejemplar cién por cien puro, sería un «mamufante». Supongamos que el experimento tiene éxito y obtenemos un mamufante  bebé. ¿Qué hacemos con él? ¿Lo vendemos a un circo? ¿ Fabricamos muchos más y los soltamos? 

Si quisiéramos reintroducir la especie necesitaríamos cientos de ejemplares y trasladarlos a un medio favorable donde tengan espacio y comida, un «Pleistocenic Park». La resurrección de los gigantes mamuts, o lo que sean, y el mantenimiento de un santuario faunístico de estas características costaría un buen montón de dinero. Pero no hay que desanimarse. Podríamos financiarlo organizando visitas guiadas de turistas, peleas de machos y, como no, emocionantes cacerías para reyes eméritos, amancios ortegas, traficantes de armas y algún que otro Lannister.

 
   

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