Una vez en la Universidad, mientras estudiaba la carrera de Biología, tomé partido y desde entonces, me considero ecologista. Sin embargo, el proceso mental que me hizo percibir el mundo de esa manera, comenzó mucho antes, siendo un niño, cuando ni siquiera sabía lo que era la Ecología y, mucho menos, el Ecologismo.
Fueron diversas las vivencias en las que en mi interior se rebelaba contra lo que, en apariencia, parecía normal y se adecuaba al pensamiento dominante en aquellos tiempos.
A continuación, narro algunos de esos episodios.
Un libro de aves y el «arte de la caza»
Nací y pasé mis primeros años en un pequeño pueblo del sur de España. Mi padre, mi abuelo y mi perro eran cazadores, como ocurría en la mayoría de las familias del lugar.
La caza era una actividad exclusivamente masculina, la función de la mujeres se limitaba a convertir las piezas cobradas en suculentos platos. Cuando los niños cumplían cierta edad, acompañaban a sus padres a las cacerías y eran iniciados en el «arte de la caza». Aunque aún no había llegado mi momento, sabía que ese día llegaría y, sinceramente, no me hacía la menor ilusión. Reconozco que yo era un niño atípico, no me interesaban ni la caza, ni el fútbol, ni soñaba con tener una moto cuando cumpliera la edad. Mi mundo eran los libros, los comics y pasear por campos y montes.
No recuerdo que edad tendría, cuando por motivo de mi cumpleaños, me regalaron una guía de aves, lo cual me agradó sobremanera. Me puse a ojear el libro con mi padre. Rara era la lámina donde él no me decía:
-Yo he matado de eso.
Y no se refería a las habituales y culinarias perdices o codornices, en su lista negra había casi de todo: Águilas reales, buitres leonados, buhos, lechuzas, urracas, cuervos, grajas…
Espantado ante la masacre, le pregunté:
-¿Si esas aves no se comen, por qué las matas?
-Son alimañas, se comen la caza y perjudican la agricultura.
En ese momento no supe como rebatirle. Lo cierto, es qué algo pasó en mi cabeza y jamás quise acompañarle en sus partidas de caza, pese a su extrañeza. Creo que pensó, que a su pesar, yo nunca sería una persona normal. Acertó.
• Ha llovido mucho desde entonces. Ahora conozco la vital importancia de la biodiversidad, y como, cualquier organismo, por insignificante que parezca, cumple su función en el entramado de los ecosistemas. La inmensa mayoría de la humanidad ya no precisa de la caza para subsistir, pero si necesitamos de una Naturaleza lo más íntegra posible. Los ecologistas no nos conformamos con ser meros observadores de la realidad. Pretendemos influir en el pensamiento de la sociedad y concienciar a la ciudadanía. Por ejemplo, negar que los animales sin interés cinegético o económico son meras alimañas y que su derecho a la vida está intimamente ligado a nuestra supervivencia como especie.
• El lobby de lo cazadores es muy poderoso, y actúa a nivel mundial, hay muchos intereses en juego: Fabricantes de armas y munición, propietarios de cotos, agencias de viajes, establecimientos hosteleros, gobiernos corruptos… Cualquier persona con cierto nivel económico puede deleitarse matando tigres, osos, rinocerontes, elefantes, lobos…o lo que le venga en gana, sin ningún freno.
Mi primer encuentro con la basuraleza
Unos años más tarde, mi familia se trasladó a vivir a la capital de la provincia, también conocida con el sobrenombre de «La Huerta de Europa». Dicha ciudad, que se extendía a ambos lados del curso medio de un rio, estaba rodeada por una fértil huerta, legado de los muchos siglos de dominación musulmana en España. Era una gran extensión agrícola, de pequeñas parcelas de regadíos y habitada por aquellos que la cultivaban en viviendas unifamiliares.
Comencé a recorrer este entorno cuando mis obligaciones académicas lo permitían. Los cultivos dominantes eran de cítricos: Limones, naranjas, mandarinas, aunque también había hortalizas. Observé con sorpresa que los árboles frutales que estaban en las proximidades de las casas, para el consumo familiar, ya fueran higueras, palmeras datileras, nispereros, caquileros o granados, tenían los frutos sin recojer y no tardaban en caer al suelo y pudrirse. Pero no estaban solos, les acompañaban envases de plastico, metal y de vidrio, muchos de ellos de zumos, yogures de frutas, postres, frutas en almíbar…
¡Me sentí horrorizado! Los huertanos preferían los alimentos procesados y despreciaban los regalos de la Naturaleza, para regocigo de las ratas, las grandes beneficiadas. Era tal su desprecio por la tierra de sus antepasados que no dudaban en convertir un vergel en un vertedero.
• He visto como aquella ciudad, capital de la llamada «Huerta de Europa» casi ha devorado la huerta en su mal planificado y corrupto crecimiento urbanístico. Lo poco que queda es un cinturón de parcelas de cultivo, casi todas en franco abandono, sembradas de residuos, ruinas y escombros, alternando con urbanizaciones de lujo.
• Los poderes económicos saben cómo defenderse de los ecologistas: A los que tienen titulaciones académicas los compran y los ponen a trabajar para ellos. Les encargan trabajos de impacto ambiental, en donde los hechos se maquillan y sistemáticamente se falta a la verdad objetiva. Por otra parte, a los que se niegan, les cierran la puerta a ejercer su profesión.
• Los ecologistas, ya sean simples ciudadanos o científicos ambientales, son víctimas de una poderosa máquina propagandística: Nos presentan como excéntricos, ociosos o iluminados, enemigos del progreso económico y de los trabajadores.
Zapatos y olivos
Siempre me han fascinado los olivos. Son longevos y elegantes, fuentes de riqueza. En mi pueblo mucha gente trabajaba en la recolección de aceituna y la elaboración del aceite en esos maravillosos enclaves llamados almazaras, que expanden un aroma absolutamente alucinante.
Durante las vacaciones de verano, volvíamos al pueblo. Una mañana, paseando en bicicleta por un paraje rústico, vi como unas máquinas escavadoras arrancaban del suelo unos viejos olivos y los iban cargando en un camión, sin ningún miramiento ni sutileza. De sus profundas y profusas raices solo quedaban muñones de materia vegetal y tierra.
Entonces vi llegar por un camino sin asfaltar un vehículo de alta gama. Aparcó en las proximidades del olivar y de él bajaron tres señores trajeados, de grandes barrigas. Con dificultad llegaron al terreno. Caminaban con suma torpeza. Observé su calzado, eran lustrosos zapatos de ciudad, lo más inapropiado en esas circustancias. Hablaron con el conductor del camión y con el operario de la excavadora. Después del mismo modo que vinieron, se marcharon.
Una vez que se fueron, me acerqué a hablar con el camionero, al que conocía de vista. Le pregunté a donde iban a llevar los olivos.
-A un campo de golf de una urbanización que piensan inagurar dentro de poco. Pobres árboles. Nunca duran más de un año. Pero a estos tipos les da igual, para entonces estarán todos los chalets vendidos.
Las palabras de aquel hombre estallaron en mi cabeza. Sentí rabia, indignación e impotencia. Comprendí que los señores de ridículos zapatos eran el enemigo y nunca logré borrar esa imagen de mi cabeza. A lo largo de mi vida me he encontrado y enfrentado con muchos de su especie. Yo tampoco les gusto.
• El olivar tradicional, de viejos y hermosos árboles, refugio de muchas especies de animales ocupa una gran extensión en España y es un elemento insustitible en nuestra identidad paisajística. En muchos casos, estos cultivos se encuentran en terrenos escarpados y de dificil acceso por carretera. Bajo estas condiciones, no es posible la mecanización de su explotación y no se puede ahorrar en puestos de trabajo, pese a que la recolección por máquinas daña los árboles y puede acabar con ellos.
• Pero las mentes capitalistas, los señores enzapatados, no descansan. Han decidido abandonar el olivar tradicional. La alternativa consiste en sembrar olivos en lugares donde puedan operar las máquinas y trabajar con ejemplares jóvenes, facilmente sustituibles.
• Además, la oliva es procesada con prisa y sin mimo, produciendo poco más que una estúpida caricatura del aceite de oliva, «el mejor del mundo».
• De este modo, degradamos el paisaje, empobrecemos la biodiversidad, perdemos puestos de trabajo, emitimos gases de efecto invernadero, nos alimentamos mal… ¿Dónde están las ventajas?¿Quién se beneficia con ese desastre?
Con estas tres historias espero haber explicado como nació en mí el sentimiento ecologista, pero cada persona es un mundo. En el presente, sé, con certeza, que el Ecologismo no es ni una moda ni un capricho, es una necesidad planetaria, del mismo modo que lo es el Feminismo, el Movimiento LGTBI o el Pacifismo. Le duela a quien le duela, son las únicas opciones de futuro. Al otro lado solo hay oscuridad, injusticia y destrucción.
Hoy en día, este blog es mi humilde trinchera,que pretende, además de informar y entretener, invitaros al debate y la reflexión. Gracias por leerlo.
Comparto en totalidad, todo el sentir de esta entrada!
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Gracias
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