Criptobotánica (I): Garoé, «El Árbol del Agua»

Con este post comenzamos una serie dedicada a la Criptobotánica. En esta primera entrega hablaremos de un mítico árbol que las leyendas sitúan en una pequeña ínsula del Atlántico, frente a la costa occidental de África, la Isla del Hierro. Adorado por los nativos, que lo llamaban Garoé en su lengua, era el único proveedor de agua potable en un territorio sin lluvia. Pero este prodigioso árbol y el pueblo al que sustentaba, desaparecieron hace siglos, el uno, arrancado por un vendaval de la montaña donde crecía, los otros, bajo las botas de los conquistadores españoles.

¿Qué es la Criptobotánica?


En pocas palabras, la hermana pequeña de la Criptozoología y una pariente lejana de la Botánica.


La Criptozoología comenzó en la década de los cincuenta del siglo XX de la mano de los zoólogos Ivan T. Sanderson y Bernard Heuvelmans. Su intención fue sacar a la luz animales ocultos para la ciencia, de los que solo se tenía constancia por leyendas tradicionales o urbanas, testimonios personales y una variopinta colección de pruebas poco concluyentes, entre las que podemos resaltar fotos movidas y filmaciones borrosas. A esta categoría zoológica pertenecen homínidos como el Yeti o el Big foot, dinosaurios como el Monstruo del Lago Ness, serpientes marinas, sirenas, el Chupacabras, y pulpos de dimensiones colosales capaces de llevar buques al fondo del mar, etc.


Esta nueva “ciencia» no ha cosechado muchos éxitos, compartiendo su mala suerte con la ufología. Según los que practican estas ramas del saber, hay una conspiración mundial, de intereses inconfesables, que mediante malas artes, pretende desprestigiar sus logros y tildar estas disciplinas de pseudociencias.


La Criptobotánica, centrada en las especies vegetales, comparte metodología y objetivos con la Criptozoología, pero no goza de tanta relevancia. Por desgracia, los aficionados al conocimiento vegetal somos menos. La Botánica, llamémosle “clásica» no desdeña el estudio de especies legendarias o con poderes extraordinarios sobre mente y cuerpo. Sin embargo, es una ciencia, y por tanto, sometida a ciertas reglas. Por ejemplo:


• Una especie vegetal no puede ser considerada como tal si no hay ejemplares de ella, depositados en herbarios o museos, a disposición de quién la quiera examinar.


• Los efectos metabólicos, fisiológicos o curativos de una sustancia de origen vegetal sobre el organismo, deben de estar respaldados por rigurosos ensayos clínicos, cuyos resultados han ser publicados en los medios adecuados y sometidos al escrutinio de la comunidad científica.


La leyenda del Garoé

A principios del siglo XV la Corona de Castilla emprendió la conquista de las Isla del Hierro, la más occidental de las Islas Canarias.

En aquel tiempo estaba habitada por el pueblo bimbache, una etnia emparentada con los bereberes del Norte de Africa. Los europeos se toparon con un grave problema logístico, no encontraban suministro de agua en esas desérticas costas donde nunca llueve. Los nativos guardaban celosamente el secreto del origen de su agua potable, era su gran ventaja estratégica, frente a la máquina bélica de los castellanos, curtidos en los conflictos bélicos, poseedores de armas de fuego, de aceros afilados, duras corazas de metal y un afilado instinto depredador.


Los bimbaches obtenían el agua de un gigantesco árbol, arraigado en las alturas de la montaña, a mil metros de altura. Para ellos era una divinidad y lo llamaban Garoé. Pese a la ausencia de precipitaciones, este mágico árbol atrapaba la niebla de las alturas y la condensaba, haciendo que lloviera bajo él. Los nativos habían construido depósitos a su sombra donde acumulaban el precioso líquido.


Cuando los castellanos , desanimados, estaban dispuestos a cejar en sus intenciones de conquista y a abandonar la isla, tuvieron un golpe de suerte. Una joven bimbache, Guarazoca, se enamoró de uno de los soldados y le mostró el “Árbol del Agua», como desde entonces fue llamado por los españoles. Guarazoca fue ejecutada por los suyos, pero los enemigos pudieron apresar al cacique Armiche y rendir a sus pobladores.

La Isla del Hierro fue incorporada a la Corona de Castilla y los bimbaches vencidos. Este pueblo, sometido a las duras condiciones de vida que les impusieron sus amos no tardó en desaparecer de la historia.
Dos siglos más tarde, el sagrado árbol Garoé fue desarraigado por el viento y de él solo quedaron las leyendas.


¿Existió el Garoé? ¿ De qué especie se trataría?

Las tradiciones orales por si mismas no constituyen ninguna prueba objetiva, pero si hay textos históricos que las avalen, la cosa cambia. Siempre se puede evaluar a los autores y la credibilidad de sus obras, aunque ninguna afirmación quede libre de sospechas, al menos hemos elegido el método más fiable. La primera mención al Garoé aparece en un libro publicado en 1525, de título “Relación del primer viaje alrededor del mundo», cuyo autor Antonio Pigafetta, se refiere a él como “El árbol que da agua». Dos años más tarde, también es citado por el historiador Fray Bartolomé de las Casas.

Las condiciones climáticas de la Isla del Hierro son distintas según a la altura sobre el nivel del mar. La franja que va desde el litoral hasta los 200 metros es una zona desértica, hasta los 800 semidesértica, pero a partir de aquí y hasta la cota máxima de 1500 el aspecto de la vegetación cambia por completo. Nos encontramos con un bosque húmedo, impropio de las latitudes subtropicales. Se trata de un bioma llamado laurisilva.

A consecuencia de la interacción de las corrientes atmosféricas con el relieve se forman densas nieblas que suministran al arbolado el agua necesaria para crecer.


Uno de estos árboles de la laurisilva puede ser el que buscamos. Se trata de la especie Ocotea foetens. Es el más frondoso de todos y puede alcanzar los cuarenta metros. Las hojas, que son lustrosas y en forma de hoja de lanza, son capaces de exudar agua en abundancia para eliminar el exceso y mantener el intercambio de gases con la atmósfera. Si nos situamos bajo él, podríamos recoger el líquido sobrante en recipientes adecuados.

Podemos suponer (no demostrar científicamente) que el legendario Garoé era un ejemplar de Ocotea foetens de gran tamaño, quizás el más poderoso de las montañas de la Isla del Hierro cuando llegaron los conquistadores, y que los pobladores originales lo adoraban, no como un ser único, si no como el máximo exponente de aquellos árboles de los que obtenían el precioso recurso del agua potable.


Si te ha gustado este post y estas interesado en la disciplina de la Criptobotánica, te recomiendo que estes atento a las siguientes entregas o bien que leas alguno de los ya editados, como por ejemplo: «Plantas fantasticas y dónde encontrarlas (1)».

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