El agua es vida:¿Qué hacer cuando este recurso falta? Los seres vivos han desarrollado muchas estrategias adaptativas: Los hay que acumulan agua como los camellos y cactus, existen animales que nunca beben agua, obteniéndola de la comida, como la rata canguro, otros, optan por ralentizar su metabolismo de tal modo que parecen no estar vivos y así esperan hasta que lleguen tiempos mejores.
En este post hablaremos de una planta, llamada Rosa de Jericó, que goza de este sorprendente poder.
Anastatica hierochuntica
Los botánicos han bautizado con este abigarrado nombre a la Rosa de Jericó. Aunque creo haberlo comentado en otras ocasiones, las denominaciones científicas, por extrañas que parezcan, no son un capricho o una forma de sorprender a los profanos: Son universales, así, una planta puede tener miles de nombres locales y en diferentes idiomas, pero un solo nombre científico. Eso sí, en latín, por tradición cultural.
Recuerdo que en mi época de estudiante había en el Departamento de Botánica un libro de líquenes en japonés, sin embargo, en los pies de foto, aparecían los nombres de las especies en latín, lo cual resultaba muy útil a los que no sabíamos idiomas.
Esta especie es nativa del Sahara y del desierto de Arabia, y pese a su denominación popular, no es oriunda de la bíblica ciudad de Jericó, en tierras palestinas, donde fue introducida por intervención humana.
Anastatica hierochuntica es de pequeño tamaño, no más grande que una mano extendida y forma rosetas a ras de suelo. Sus hojas son pilosas, de forma oblonga. Las flores tienen cuatro pétalos blancos y estambres amarillos. Los frutos, de color gris, tienen una gruesa envoltura que los hacen resistentes a las inclemencias del tiempo.
Muerte y resurreción
En ausencia de agua, la Rosa de Jericó pierde el color verde, sus ramas y raices se retraen y pliegan. Entonces su aspecto es el de una pelota de materia vegetal seca e inerte. Así puede permanecer años y años, lo que se conoce como criptobiosis, hasta que algunas de las infrecuentes pero no imposibles lluvias sobre el desierto la despierte.
La planta se despliega, recupera su color, hunde sus raices en el sustrato, en poco tiempo florece y forma semillas.
(No siempre son las aguas del cielo las que la resucitan. Recuerdo, como si fuera ayer, la primera vez que ví la especie en cuestión. Formaba parte de un grupo de viajeros españoles, compuesto por profesores y alumnos, que recorríamos el desierto de Argelia en busca de tesoros botánicos. Mientras recorríamos una polvorienta carretera sin asfaltar, asándonos en el interior de un todoterreno destartalado, el catedrático ordenó al conductor que detuviera la marcha y que nos bajáramos todos. El ilustre doctor, eufórico, señalaba un amasijo reseco de hojarasca. Pidió atención a una poco entusiasmada audiencia y dejó caer el contenido de una cantimplora sobre el indefinible artefacto. Inmediatamente, la cosa se trasformó como por arte de magia, en una hermosa y verde planta.)
A la estrategia de supervivencia antes citada, hay que añadir otra. Cuando un ejemplar de Rosa de Jericó está en criptobiosis, resulta fácilmente transportable por los vientos del desierto, de esta forma puede recorrer cientos de kilómetros, esparciendo de paso sus semillas por donde pasa.
¿Cuál es el secreto de la Rosa de Jericó?
Este ciclo de rehidratación se puede repetir muchas veces a lo largo de la vida de la planta. Este poder se debe a la acción de un hidrato de carbono, la trehalosa.
Cuando los tejidos de esta especie comienzan a perder agua, sus laboratorios celulares sintetizan trehalosa.
La deshidratación de cualquier ser vivo tiene como consecuencia el aumento de la concentración de las sales en su interior. Esta circustancia puede dañar de forma irreversible a las células, obligándoles a perder el mínimo de agua necesaria para poder mantener sus microestructuras intactas y, aunque con suma lentitud, el conjunto de las actividades bioquímicas (metabolismo) que constituyen la vida.
La trehalosa tiene la capacidad de retener este mínimo vital de agua y permitir que la planta sea viable después de décadas de ausencia de recursos hídricos.
Un poco de historia
Se cuenta que las caravanas que, provenientes de Arabia, llegaban a Jericó, vendían estas resistentes plantas como una exótica mercancía, por un buen precio. Los compradores, considerándolas como talismanes portadores de buena suerte, las exhibían en sus viviendas y negocios. De ahí el nombre de Rosa de Jericó. Esta tradición no se ha perdido en el Oriente Próximo y, además, se ha extendido por resto del mundo,
Pero no solo tenía poderes mágicos. Tambien, en la antiguedad se utilizaba para predecir el clima, a la manera de un higrómetro natural. (Un higrómetro es un aparato que mide la humedad ambiental):
• Cuando el aire esta seco, la planta permanece plegada sobre si misma.
• En el caso de que la humedad atmosférica aumente ligeramente, se abrirá con lentitud, indicando cierta probabilidad de que llueva.
• Si las precipitaciones son inminentes, se abre con rapidez.
La otra Rosa de Jericó
En el otro extremo del planeta y también en paisajes desérticos, vive otra especie vegetal con los mismos poderes de resurrección que hemos visto en anastática hierochuntica. Se trata de la doradilla del desierto de Chihuahua en México. Su nombre científico es selaginella lepidophilla. No se trata de una planta que se reproduzca por flores (fanerógama) como el caso anterior. Pertenece a un primitivo grupo de vegetales, los licofitos, a caballo entre los musgos y los helechos.
Resulta curioso que dos especies, de tan diferente naturaleza botánica y localización geográfica, adopten la misma estrategia adaptativa a los climas desérticos, incluso usando el mismo recurso bioquímico, la trehalosa. Es lo que se conoce por como evolución convergente.
Este fenómeno de convergencia también ocurre en un ámbito distinto y casualmente en las mismas localizaciones geográficas. Si en Egipto y en México existen dos especies tan diferentes como similares: ¿No ocurre lo mismo con las misteriosas pirámides?