Los médicos de la Peste y el secreto botánico de sus bizarras mascarillas

La pandemia de la Covid-19 no es la primera que ha atacado a la humanidad y que ha precisado del uso de mascarillas para prevenir su contagio. En este post hablaramos de la peste bubónica que asoló Europa en el siglo XVII y las extrañas «mascarillas» que usaban los médicos que trataban a los infectados y de su conexión con los saberes botánicos.

La peste bubónica del XVII


Con este nombre denominamos una enfermedad mortal producida por una bacteria conocida como Yersinia pestis. El que la contraía podía morir en cuestión de horas. Los síntomas eran multiples: Fiebre, tos, sangrado por nariz y boca, sed, manchas oscuras en la piel, inflamación de ganglios linfáticos ( bubones) , gangrena en las extremidades… En la epidemia del XVII se contabilizaron millones de muertos.

Si en el caso de la Covid-19 los organismos no humanos hospedantes del virus fueron murcielágos y pangolines, en esta epidemia este papel lo ejerció la rata gris, siendo el vector transmisor las pulgas que tras picar a los roedores infectados por el microbio hacían lo mismo con los humanos.

Todo empezó con la emigración masiva de la rata gris (Rattus norvegicus) a Europa, un animal oportunista, hasta el momento desconocido en occidente.

Esta historia de la enfermedad causada por Yersinia pestis no es nueva. En el siglo XIV ocurrió lo mismo, pero con la rata negra ( Rattus rattus), natural del subcontinente indio. En esta época los barcos europeos se lanzaron al descubrimiento del mundo, muchos de ellos viajaban a la India en busca de las codiciadas especias y estos roedores se hicieron polizones de las bodegas. Cuando las naves volvían a los puertos de occidente, las ratas desembarcaban, encontrando en las sucias y superpobladas ciudades del viejo continente un paraíso. La enfermedad fue bautizada entonces como peste negra (o muerte negra) y acabó con un tercio de la población europea.

En el siglo XVII la invasión de las ratas fue por tierra, dicen que empujadas desde Persia, por una serie de terremotos, hacia Europa, aunque esta conjetura tiene más de leyenda que de certeza científica.


La medicina en el siglo XVII contra la peste


Igual que hoy con el coronavirus, los médicos y sus ayudantes ocuparon la primera linea de combate. Sin embargo, sus conocimientos científicos distaban mucho de los actuales. Aún no se conocía la existencia de los micróbios patógenos y los médicos creían que esta enfermedad se trasmitía por el envenamiento del aire en la proximidad de los enfermos. Esta ponzoña invisible recibía el nombre de «miasma» y pensaban que se neutralizaba mediante ciertas sustancias de poderosos olores ya fueran perfumes u otra clase de productos.

Nadie pensó, entonces, en pulgas, ratas o en mejorar el tratamientos de los vertidos urbanos, ya fueran líquidos o sólidos, manteniendo a raya a los animales hospedantes.


Un prestigioso médico de la época, el francés Charles de Lorme, ideó un traje especial, el antepasado del tan en boga actualmente EPI (Equipo de Protección Individual), para proteger a los facultativos que trataban a los enfermos.

Desgraciadamente estos valientes poco podían hacer, los medicamentos de la época resultaban inútiles para paliar los síntomas o curar la enfermedad. Sus servicios también incluían anotar y dar fe de los testamentos de los moribundos.

El traje de «médico de la peste»


Aunque no se pueda considerar un triunfo del conocimiento científico, logró una gran popularidad y llegó a convertirse en un icono. En la Comedia del Arte italiana aprecían personajes con dicho atuendo, compartiendo escenario con Arlequín, Colombina o Polichinela. Los carnavales venecianos no podían ser menos y lo incorporaron como disfraz, constumbre que perdura en la actualidad.


Elementos del traje:


Abrigo hasta los tobillos embadurnado de cera
Guantes y sombrero de piel de cabra
Anteojos
Vara para tocar a los enfermos y mantener las distancias
• Una máscara con un largo pico de pájaro y dos aperturas de ventilación a modo de fosas nasales. En el interior del pico se depositaba una mezcla de arómaticas hierbas medicinales y otras sustancias para desinfectar el aire que respiraba el médico. Esta amalgama de poderes milagrosos era la triaca.

La mascarilla pico albergaba una panacea llamada triaca

Era un fármaco compuesto de diferentes ingredientes de origen vegetal, animal y mineral, propio del continente europeo.

Su uso se remonta al siglo III adC y fue ideado por sabios griegos. Alcanzó su apogeo en la Edad Media y siguió usándose hasta bien entrado el siglo XIX. Comenzó siendo un antídoto contra los venenos y acabó alcanzando el estatus de remedio universal para todos los males, una panacea.


 Los ingredientes, desde 4 hasta 78, han ido variando según la época y el farmacéutico que lo elaboraba. Muchas de estas sustancias todavía no han podido ser identificadas:


De origen vegetal:


El opio solía ser el principal componente, además de zumo de regaliz, iris de Florencia, mejorana, azafrán, rosa roja, alóe, raiz de genciana, ruibarbo, canela de Ceilán, valeriana, escila, jengibre, potentilla, raiz de aristolochia, eléboro, champiñon de París, extracto de acacia, goma arábiga, incienso, mirra…


De origen animal:


Carne de víbora, castóreo (una secreción del castor para impermeabilizar su pelaje)…
 

•De origen mineral:


 Sulfato de hierro, terra sigillata (arcilla roja, empleada en cerámica), betún de judea ( extracto del petroleo)…

Para elaborar la triarca se desecaban los productos, se molían y juntaban hasta obtener una mezcla homogénea. Después se disolvían en un liquido que contenía trementina, vino y miel como edulcorante, ingiriéndose por via oral.


La Historia se repite

En este post hemos visto un buen ejemplo de la periodicidad de los acontecimientos históricos, cuando hemos hablado de las dos epidemias de peste negra europeas. Pero, en este apartado, comentaremos la conexión de estas antiguas pandemias con la de la Covid-19.

Cuando la peste llegaba a Europa, había dos tipos de respuestas:

•Una de ellas fue la racional, los sabios de la época, de forma más desacertada que otra cosa, buscaron en el razonamiento científico las armas contra el enemigo. A pesar de que muchas de sus metologías fueron erroneas, también tuvieron algunos aciertos: Aislaron a los enfermos de peste, restringieron la movilidad de la población y protegieron a los médicos.

Aunque la enfermedad se propagaba mayormente por picaduras de pulga, las llagas que producía la bacteria en la piel de los afectados y las partículas que emitían con sus toses eran infecciosas. Los médicos que trataban a los apestados iban salvaguardados gracias a su atuendo, pese a que la triarca servía de poco.

• La otra forma de afrentar la epidemia no solo fue inútil, también peniciosa. Llamemoslé incultura y superstición: Hubo quién culpó a los extranjeros y a las personas que profesaban una fe distina a la dominante, incluso a los gatos, ejecutando sangrientas represalias contra ellos. También se consideró un castigo divino o una actuación del diablo, algo que tenía que repararse a base de misas, rezos, penitencias y oficios de la Santa Inquisición…

Trasladémonos a la actualidad y a la Covid-19:

¿Quién no ha oido culpar al 5-G, a Bill Gates, a los experimentos de los chinos, a los gobiernos que defienden la sanidad pública…de todo esto?

¿Quién afirma que las vacunas llevan un microchip para espiarnos a todos?

¿Quién critica el confinamiento, la distancia social y el uso de mascarillas?

¿Quién fabrica y divulga las fake-news?

Respuesta: La incultura y la superstición…y los que las alimentan para enriquecerse y seguir manejando el mundo a su antojo.

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