La mayoría de los vegetales terrestres tienen raices, a veces, más grandes que el resto de la planta:
Una humilde planta de trigo, Triticum, despliega 80 kilómetros lineales de enmarañados hilos bajo la superficie del campo de cultivo
El tamarisco, Tamarix, un correoso arbusto propio de climas áridos, de escaso porte, profundiza con sus raices en la tierra hasta 30 metros.
Otras especies viven lejos del suelo. Las hay, como algunas orquídeas, que crecen suspendidas en los ramajes de los gigantes arboreos, incluso por encima de los 100 metros, y despliegan sus estructuras radiculares suspendidas en el aire, el velamen.
• Las raices absorven el agua y las sales disueltas en ella.
El agua es la esencia de la vida y constituye nuestro principal componente. Los seres terrestres, todos de pasado acuático, necesitan tener acceso continuo a ella.
El extremo de las raíces subterráneas funciona como la cabeza de una excavadora. Se llama caliptra y está formada por un tejido endurecido, capaz de abrirse paso en las profundidades buscando el tesoro liquido.
Tras la caliptra vienen las regiones radiculares con pelos absorbentes, células modificadas de paredes permeables, que extraen los fluidos del entorno ( compuestos de agua y sales minerales) y lo introducen en los vasos conductores, donde se les denomina savia bruta.
La savia bruta asciende con destino a las hojas, donde, una vez procesada mediante la fotosíntesis, se convierte en savia elaborada, rica en sustancias nutritivas.
La savia elaborada es distribuida a los todos los tejidos de la planta, alimentándolos.
En la fotografia adjunta se pueden observar estos microscópicos pelos absorventes.
Las raices de ciertas especies obtienen el agua de la atmosfera, por ejemplo, el velamen del que hablabamos antes. La bobeda forestal de los trópicos es abundante en vapores hídricos y las raices aereas de las orquídeas los aprisionan como redes de pesca.
En otros casos, las raices actuan como tentáculos vampíricos y en vez de captar sustancias inorgánicas del medio (sales y agua), las roban de otras plantas. Pero hay especies que llegan más lejos, parasitando la savia elaborada de otros vegetales, ahorrando a su organismo del cansado trabajo de la fotosíntesis.
• Las raices son, en muchos casos, los cimientos del edificio orgánico, asegurando la estabilidad de la parte expuesta al aire.
Las leyes de la física son implacables, nadie puede saltárselas. Cuando más profundas sean las raices, el centro de gravedad estará más bajo y resultará más difícil volcar la estructura y si además, la parte enterrada se agarra fuertemente al sustrato, la tarea se complica. Las especies que están muy expuestos a los vientos han minimizado su parte aerea y optimizado sus anclajes.
• Las rices establecen guerras y alianzas con el resto de los habitantes del suelo.
Plantando árboles del género Eucaliptus fuera de Australia o Nueva Zelanda estás fastidiando el entorno natural del lugar elegido, sin embargo, es una costumbre demasiado frecuente y un triste ejemplo de la predominancia de los intereses particulares ante los colectivos.
La demanda mundial de papel exige abastecer los mercados, sin atender a otras consideraciones. En la fotografía, un exuberante bosque de eucaliptos en su medio nativo.
Si cultivamos estos árboles lejos de su territorio natal, crecen más rápidas que el resto de los vegetales y su demanda de agua es mayor. Sus raíces esquilman los recursos hídricos del suelo y la vegetación autóctona no tarda en marchitarse.
Los Eucaliptus no solo se limitan a desecar el suelo, su hojarasca es rica en sustancias antibióticas que atacan los microrganismos locales, dificultando su descomposición y reciclado, resultando un sustrato empobrecido en nutrientes, incapaz de soportar la diversidad. El fuego siempre encontrará hojas muertas a su disposición.
El aspecto del desolado sotobosque de estas plantaciones de eucaliptos poco tiene que ver con los verdes paisajes australianos.
Sin embargo, en otros casos, los habitantes del suelo cooperan entre si. Los pinos y algunos géneros más, carecen de pelos absorbentes en sus raíces. Precisan establecer simbiosis con los hongos del suelo para que absorban para ellos agua y sales. A cambio de este suministro, los árboles abastecen de alimento a los hongos, que consiste en sustancias orgánicas producidas por la fotosíntesis, la savia elaborada. Estas asociaciones reciben el nombre de micorrizas, apreciables en la fotografía.
• La raíz almacena alimento, agua y otras sustancias.
La zanahoria es un ejemplo inmejorable de raiz-almacén. Pasa su crecimiento escondida bajo tierra, acumulando en sus tejidos los azúcares y vitaminas que producen las hojas y el agua que extrae del regadío.
En ocasiones, también hacen acopio de otro tipo de sustancias, sean medicinales, psicotrópicass y/o venenosas. Es el caso de la mítica mandrágora, cuyas raíces recuerdan a seres humanos de ambos géneros. Según quién hable de ella, esta raiz, puede resultar milagrosa, capaz de conceder a los cosumidores superpoderes o tambien infernal, un camino más hacia la locura.
• Las raices contribuyen al mantenimiento del suelo fértil.
Llamamos suelo a la superficie de la corteza terrestre, biológicamente activa, que resulta de la desintegración y alteración de las rocas y los residuos de los organismos que viven en ella.
El suelo sostiene la vegetación y la vegetación sostiene al suelo.
Si un monte se quema, nada protegerá el suelo del arrastre de la lluvia y del viento, tampoco habrá raíces vivas que retengan los materiales en su sitio. Se perderán los estratos superficiales y fértiles del suelo, fruto de la interación entre los seres vivos y el medio físico durante muchísimos años. Este fenómeno se conoce con el nombre de desertificación.
Un suelo empobrecido necesita siglos para recuperarse y a veces no es siquiera posible. Para rehabilitar las comunidades vegetales originales es preciso tiempo, paciencia y repoblar con las especies adecuadas, preferiblemente autóctonas y de lento crecimiento.
En ningún caso debemos plantar árboles extranjeros de crecimiento rápido, como pueden serlo nuestros invitados los eucaliptos, de propiedades pirófilicas y enemigos de la diversidad.
La globalidad del planeta, a consecuencia del fuego y el hacha, se estå deforestando a velocidades vertiginosas. Sin bosques, la subsistencia de la humanidad queda comprometida y nos veremos abocados, junto muchas otras especies, a una extinción masiva.
Para situaciones como estas, seria una baza importante contar con una Máquina del Tiempo, como en la película Endgame, de la saga de los Vengadores.
Con ese poder podríamos traer de regreso un paraiso llamado Tierra.
Seria un maravilloso sueño poder retroceder en la historia y evitar que las Gemas del Infinito ( guerra, sobrexplotación de recursos, cambio climatico, contaminación y estupidez humana) se reunan en el maldito guante de Thanos, que no dudará en chasquer los dedos y convocar el Apocalipsis.