La Mitología Clásica dice que el principio de todo fue una deidad llamada Caos (Χάος). Si traducimos este vocablo literalmente del griego antiguo significa «lo inesperado». Es importante establecer que el significado de «desorden» atribuido a este vocablo es posterior a la época helenística. En términos actuales, podríamos llamar a ese Caos primigenio como Big Bang.
Del Caos emergió la diosa Gaia (Γαῖα), la Madre Tierra.
Mil millones de años tras su nacimiento, Gaia engendró vida en su seno. Para ello fue ayudada por sus descendientes: Ponto (Πόντος), el mar, y Éter (αἰθήρ), la atmósfera.
Gaia, también conocida como Gea o Gaia, da nombre a una hipótesis ecológica que afirma que la Biosfera se comporta como un único organismo vivo, capaz de adecuar el medio a sus necesidades, autoregularse y perpetuar en el tiempo.
La Hipótesis de Gaia
En 1965 la NASA estaba muy interesada en explorar las posibilidades de la existencia de vida en Venus y Marte. Para ello, reunió un equipo multidisciplinar de científicos, entre los que se encontraba el químico James Lovelock.
Lovelock enfocó sus trabajos comparando la composición de las atmósferas de esos planetas con la atmósfera terrestre:
• El O2 es casi inexistente en Venus, en Marte alcanza el 0.013%, pero en la Tierra llega al 21%.
• El CO2 en Venus supone el 98%, en Marte el 95%, sin embargo, en la Tierra es del 0.03%.
Según las leyes fisico-químicas que rigen el universo, estos porcentajes no tienen lógica. La Tierra debería tener un 98% de CO2 y una ínfima cantidad de O2. Algo hay en este planeta, no presente en los otros, que modifica los porcentajes y además, los mantiene estables. Además, también regula la temperatura media de la atmósfera. Ese algo es la vida.
En la fotografía, la inhóspita superficie de Venus.
Con el agua, ocurre algo semejante. En Venus, las temperaturas son tan altas que no puede existir en estado líquido y en Marte, son tan bajas que nunca está en estado líquido. En la Tierra, a consecuencia de la actividad biológica, que adecua el termómetro a sus necesidades, el agua permanece, en su mayor proporción, en estado líquido y no solo eso, también mantiene la salinidad óptima.
Lo mismo acontece con la biodiversidad, las diferentes especies surgen de un procedimiento ensayo-error conocido como selección natural, no hay ningún diseño previo ni un acto de creación, como indican las religiones.
Los seres vivos, de forma espontánea, regulan sus poblaciones mediante las pirámides alimenticias, estableciéndose un equilibrio dinámico entre productores y consumidores, o, entre predadores y presas, sin necesidad de intervenciones externas.
La Vida, según Lovelock, regula el medio donde se desarrolla y a sí misma, funcionando como un todo.
La Biosfera, localizada en las primeras capas de la atmósfera, la superficie de la tierra, las aguas continentales y los oceanos, es Gaia.
En la fotografía, James Lovelock posa junto a una estatua de la Diosa.
Ninguna especie es imprescindible para que el sistema se mantenga. En la historia de la Tierra han acontecido varias extinciones masivas, a consecuencia del impacto de meteoritos, erupciones volcánicas o glaciaciones. En una de ellas desaparecieron el 95% de las especies, pero Gaia pudo recuperar la biodiversidad y establecer nuevos ecosistemas, como si no hubiera pasado nada.
La humanidad es una de las múltiples manifestaciones de Gaia, si nos autoestínguimos, la función seguirá sin nosotros.
Si nadie lo remedia, ya sea por el cambio climático, por algún virus sintético que se escape de control, o bien, porque un país decide iniciar la guerra nuclear, la especie Homo sapiens se irá al garete. Otros ocuparán nuestro lugar, quizás seres con caparazón, seis patas y ojos compuestos. Desenterrarán nuestros huesos, los coleccionarán en museos y formularán teorías sobre nuestro ocaso.
Si quieres seguir leyendo sobre temas relacionados te remito al post: » Paseando por los jardines de Marte«.