Setas Alucinógenas. III. Brujas vascas y curanderas en Oaxaca

¿Qué tienen en común una sorguina vasca, una curandera de Oaxaca y Jim Morrison (vocalista de The Doors)?


Sorguinas

En el País Vasco, donde se habla una lengua ibérica prerromana y las tradiciones sobreviven al paso del tiempo, aún hay brujas en activo, las sorguinas o sorguiñas, que ejercen de curanderas de las dolencias del cuerpo y del espíritu. La Inquisición Española las persiguió pero no pudo acabar con ellas. En la fotografía la cueva done celebraban los aquelarres las brujas de Zugarramurdi antes de ser apresadas por el Santo Oficio y quemadas en la hoguera.

En el herbolario de una sorguina puedes encontrar estramonio, beleño, mandrágora, belladona… y hongos psilocíbicos. En los prados de montaña de Euskadi, durante las estaciones húmedas, no es raro ver asomar sus sombreros entre las hojas de la hierba.

En la fotografía Psilocybe semilanceolata, una de las especies recolectada por las sorguinas.


María Sabina

Maria Sabina es un personaje emblemático del empleo de los hongos psilocíbicos. Natural de Oaxaca, México, pertenecía al pueblo mazateca. Ejerció su oficio a lo largo de casi todo el siglo XX y sin salir jamás de su tierra recibió visitas de científicos y famosos artistas en busca de su sabiduría.

Sanadora y adivina, no dejaba a nadie indiferente. Fuera un humilde indio o el etnobotánico Robert Gordon Wasson, que expandió el uso de estos hongos al resto del mundo, a todos atendía a cambio de nada. De la misma manera que curaba una migraña, aconsejaba e inspiraba a Jim Morrison, uno de los más grandes poetas del rock.

Su medicina eran especies de Psilocybe propias de la micoflora mexicana. En la fotografía, Psilocybe aztecorum, que sólo crece en las humedas sierras de México Central, a partir de los 2500 metros de altura, sobre restos de madera en descomposición.

Los hongos psicíbicos están distribuidos en todos los rincones del mundo, excepto en los desiertos y en las regiones circumpolares. Los arqueólogos y antropólogos afirman que quizá sea la droga más antigua de la Humanidad, previa, incluso al alcohol. Los análisis químicos de vasijas paleolíticos y observaciones en ciertos yacimientos, indican la existencia del uso religioso de estas especies.

No hay pruebas médicas fiables que sostengan sus valores terapéuticos en enfermedades orgánicas.

Nunca son de gran tamaño, tienen colores pardos, generalmente de tonalidades claras y producen esporas oscuras. Contienen sustancias psicoactivas como psilocibina, psilocina y baeocistina, aunque no son exclusivas de este género. Estos principios activos también los encontramos en especies de Mycena, Galerina, Pluteus, Inocybe, etc…


Una experiencia personal…

Durante mis estudios de biología conocí a un grupo de amigos de varios cursos más que yo que me dieron a conocer el mundo psilocíbico. Ellos, un inseparable trío como el de los mosqueteros de Dumas, salían a recolectar especies botánicas bajo los efectos de unas setas que cosechaban todos los otoños y que secaban para conservarlas y evitar efectos indeseados. Recuerdo, cuando me invitaban, como aprendiz, a excursiones académicas, que eran incansables y siempre conseguían los mejores ejemplares de toda la Universidad, fuese de planta vascular, hongo, musgo o líquen.

Años después de que yo tomara otros caminos distintos, leí un articulo en una conocida revista de misterios paranormales firmado por dos de los mosqueteros. Se titula » Los hongos mágicos y sus poderes» donde narran sus experiencias espirítistas y viajes astrales, el grado máximo de los efectos del hongos. Recomendaban dosis disparatadas para lograr el poder de conversar con espíritus sobre el pasado y el futuro y de realizar viajes extracorporales de varios kilómetros. Me quedé petrificado cuando finalicé la lectura. «¡Estos tíos han perdido la cabeza definitivamente!«, pensé entonces.

Hace un mes me crucé con uno de ellos en una estación, aunque vestido con un poncho indio y repartiendo folletos de un centro de salud alternativa, sabía que era el mosquetero más bajito. No me reconoció cuando lo abordé y lo llamé por su nombre. Pese a todo, fue amable conmigo y permitió que lo interrogara.

No le sonaban nombres o lugares comunes. Ni siquiera recordaba haber estudiado en la Universidad. Contó, entre otras cosas, que estaba recién llegado de México y que allí se había convertido en otra persona, gracias a las enseñanzas de un brujo tolteca, los hongos mágicos, el estramonio y el peyote.
Se despidió de mi con una sonora bendición en lengua nauhalt y un flyer del local que lo había contratado.

«Pero los toltecas son una cultura muy anterior a los aztecas aunque pertenecientes al mismo ámbito geográfico«. Le dije que era imposible que hubiera gente de ese pueblo en la actualidad. Respondió con una sonora carcajada y una afirmación tajante: «Las mujeres y hombres de poder saben como pasar desapercibidos a los ojos de profanos«.

Si he de ser sincero, tenía un aspecto muy saludable y una conversación lúcida. Tal era su nivel de convinción, que me hizo dudar de mis directrices racionalistas durante la breve conversación que mantuvimos. Le cité la bioquimica del cerebro, la psilocibina, la mezcalina… El me habló de seres invisibles e interdimensionales y de realidades paralelas. En esos momentos no supe rebatir sus argumentos con mi charla científica.

Vivimos en mundos distintos y no hubo entendimiento entre ambos. Es lógico. Yo me anclé en el papel de D’Artagnan y nunca recibí el grado de mosquetero.

Aún estoy a tiempo, creo que quedan dos plazas vacantes.

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