Yemen, el país más pobre de la Península Arábiga, asolado por una desigual guerra contra la poderosa multinacional petrolífera y financiera llamada Arabia Saudita, dedica la tercera parte de su superficie agrícola para producir una droga, el qat. La mayoría de la cosecha se dedica al autoconsumo.
El 90% de la población masculina, el 20% de las mujeres y un porcentaje indeterminado de niños la consumen. El ritmo diario de la vida cotidiana está marcada por el qat. A mediodía, en las ciudades, el tráfico se colapsa. Es la hora de adquirir la dosis diaria, una bolsa de hojas frescas, que serán masticadas por los usuarios. Todo el mundo corre hacia los mercados o pregunta por los vendedores ambulantes. Los compradores de qat son policías, taxistas, soldados, artesanos, comerciantes o estudiantes. Los ricos, una minoría, comprarán las hojas más tiernas, los pobres sustituirán una de sus comidas diarias por mascarlas.
Las hojas de qat, también conocidas como khat, tschat o miraa, apodadadas como «el té de los árabes» provienen de una planta de nombre científico Catha edulis. Se cultiva en Yemen, pero también en los países del Cuerno de África: Etiopía, Djibuti, Somalia, Eritrea o Kenia. En los paises africanos también se consume, pero la mayoría de la cosecha se dedica a la exportación a países desarrollados. En origen, un kilo de hojas cuesta unos cuarto euros. Cuando llega a USA la misma cantidad valdrá 600. El negocio no es de los productores, como es habitual en el comercio con los países del tercer mundo.
Catha edulis es un árbol que puede alcanzar hasta 8 metros de altura, aunque, en su cultivo, nunca le dejan sobrepasar el metro. Sus hojas, parte útil del vegetal, son perennes, tienen forma de punta de lanza, de 1 a 4 cm de ancho y de 5 a 10 cm de largo. Las flores, agrupadas en forma de racimo, están dotadas de cinco pétalos de color blanco. El fruto es una cápsula que se abre por tres fisuras y puede contener hasta tres semillas.
Los principios activos, presentes en la savia de las hojas, son catina y cationina. Estas sustancias son alcaloides, derivados de la feniletilamina y, por tanto, parientes de la anfetamina. En el organismo humano producen un efecto euforizante, eliminando la sensación de cansancio y de hambre. Cuando se disipan los efectos, el estado de ánimo cambia y los consumidores caen en estados depresivos y de mal humor.
Hay un dicho popular entre los consumidores de qat: “Cuando mascas qat sientes que estás encima del mundo, pero cuando lo escupes el mundo se te viene encima». En la ilustración, una representación de una molécula de cationina. En rojo el carbono, el azul para el hidrógeno, amarillo y verde corresponden a los elementos minoritarios, azufre y nitrógeno.
El qat es una droga social, el equivalente al alcohol en los países no islámicos. Las gentes se agrupan para consumirla y hablar de sus asuntos. Una sesión puede durar hasta cinco horas y los efectos se hacen notar quince minutos después de comenzar a masticarlo.
No crea una dependencia fisica equivalente a la de los derivados del opio o los barbituricos, su dependencia es psíquica, como la cocaína o el tabaco. Los estudios médicos indican que en comparación con el resto de las drogas, es la que genera menores riesgos. En Reino Unido, el mayor importador, es legal. Sin embargo, en la mayoría de los países de la Unión Europea, en los países del Norte de Europa y en Canadá su distribución y consumo son ilegales. En estos sitios se puede adquirir en el mercado negro o camuflada en productos farmacéuticos.
El abuso de la hoja de este árbol conlleva indeseables efectos secundarios: Hipertensión, caries, hemorroides, fallos hepáticos y renales, estrés, alucinaciones y depresión. En los países donde se produce provoca serios desajustes económicos. La producción está controlada por los líderes tribales, mandos militares y políticos. Los trabajadores de los campos de qat (en Yemen es la segunda fuente de empleo) están mal pagados y muchas veces sólo cobran en género. El agua, escaso recurso en las latitudes donde se produce, se emplea en gran porcentaje en el cultivo del qat, en perjuicio de la producción de alimentos y otros usos económicos, lo mismo ocurre con las superficies cultivables.
Las tierras que cultivan qat, en la Península Arábica y el Cuerno de Africa, fueron las que vieron como una planta silvestre, el café, era domesticada y hacia su presentación en la Historia.
Las leyendas sitúan en algún lugar de esos territorios las Minas del Rey Salomón. En los bosques de sus montañas crece el árbol del incienso que los sacerdotes egipcios pagaban a buen precio. En el Antiguo Egipto se gastaba mucho incienso para adorar a multitud de dioses.
En la fotografia, Boswellia sacra, la especie arbórea de cuya resina se obtiene el incienso.
No era sencillo entonces llegar desde las tierras del Nilo a la tierra del incienso. Se seguìa una peligrosa ruta marítima que atravesaba el mar rojo, para alcanzar este mítico territorio, llamado en aquel tiempo el País de Punt. Hoy es un avispero bélico donde se miden Estados Unidos y Arabía Saudita contra la insurgencia yihadista. Los ricos petroleros contra los pobres agricultores, que en su miseria recurren al qat y al integrismo islámico. No es una guerra religiosa es una guerra de dominación y de fabricantes de armamento. Es hermoso País del Punt es ahora el vertedero de Occidente.
La realidad, a veces, supera o se parece demasiado a la ficción. Aldoux Huxley, en su conocida novela «Un mundo feliz» (publicada en 1932) habla de una sociedad futura (ambientada en 2049). En esa sociedad futura, la población, para evitar que tome conciencia de su miserable e injusta situación y se revele contra el poder, está idiotizada por una droga, el soma, suministrada por la clase dominante a las clases inferiores.
Cada uno es libre de consumir aquello que le venga en gana. La prohibición de sustancias se ha demostrado que no soluciona los problemas que genera, únicamente los empeora fomentando las actividades mafiosas y la corrupción de las autoridades.
El camino para revertir la situación, es decir, que la humanidad use la droga en vez de que la droga use a la humanidad, pasa necesariamente por solucionar las desigualdades entre ricos y pobres y por una educación libre, laica y global. Entonces, podremos hablar, sin ironía de por medio, de Un Mundo Feliz.