La nave se posó sobre la superficie del planeta desconocido. La vegetación del lugar era monótona, sólo crecía una especie vegetal, una extrañísima especie de árbol. De troncos rugosos y de color castaño, eran tan altos que no se percibía el extremo de ninguno. Tampoco se veían hojas o ramificaciónes.
El lugar de aterrizaje elegido estaba en un claro del bosque, donde se apreciaba un suelo consistente y sin embargo flexible, de material desconocido. Las taladradoras sondearon el sustrato y a partir de cierta profundidad, detectaron la presencia de un líquido rojo y espeso. El biólogo de la tripulación cree que el fluido puede estar relacionado con la alimentación de la especie arbórea, pero será preciso un posterior análisis de las muestras de líquido y de los fragmentos de árbol para establecer algún tipo de certeza.
Un grupo de diez tripulantes emprende una expedición alejándose de la seguridad del vehículo espacial. El paisaje original no cambia, los mismos árboles y el mismo suelo de tonalidades pálidas, independientemente de la dirección elegida. Sin embargo, no tardan en encontrar un nuevo elemento en el ecosistema. Son estructuras de forma ovoide, adheridas a los troncos por una sustancia mucosa solidificada, de dimensiones varias veces superiores al diámetro de los árboles.
El biólogo, aterrorizado, espera que no sean huevos de un animal colosal, pero guarda para sí sus temores, hasta que, por fin, la vanguardia de la expedición avista uno de ellos. Es gigantesco, más grande que cualquier criatura de su planeta natal. Los astronautas, aterrorizados, no dudan en usar los dispositivos de invisibilidad y preparar las armas para defenderse cuando agoten las baterías energéticas. El animal es de color más claro que la corteza de los árboles y de tonalidad semejante. Está inmóvil, introduciendo un apéndice en el suelo. Parece, según el biólogo, que se alimenta del fluido rojo que corre por el interior de la superficie del planeta. Su descripción supera todo lo que se pueda imaginar. Tiene seis gigantescas extremidades, no tres, como los animales del entorno nativo de los viajeros, incluidos ellos mismos.
El capitán da la orden de volver a la nave espacial, no les queda mucho tiempo de invisibilidad y no quiere arriesgarse a que sean descubiertos por el monstruo y sus congéneres.
Regresaron a tiempo de salvar la vida. Cuando estaban en el interior del vehículo un inesperado fenómeno meteorológico se desató sin previo aviso. Desde el cielo se precipitó un tremenda avalancha de agua que los hubiera arrastrado si el vehículo no estuviera perfectamente anclado en el suelo y protegido por un campo de fuerza. En un principio, como indicaban los sensores, se trataba de agua con cierta proporción de sales, sin embargo, después llevaba una sustancia tensioactiva que provocaba burbujas y espuma.
Cuando cesó el desconocido fenómeno el capitán decidió abandonar el siniestro bosque y encendió los motores de propulsión, que respondieron a la perfección para gran alivio de todos.
Sin duda abría mejores sitios para aterrizar en el tercer planeta del Sistema Solar recién descubierto.
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