La higuera infernal, castor o ricino, a las que los botánicos le aplican el nombre Ricinus communis, produce uno de los venenos biológicos más mortíferos, la ricina, que se desactiva con calor, transformándose en otra sustancia, el aceite de ricino, de utilidad médica e industrial.
Este arbusto, originario del Cuerno de África, ha sido cultivado en todos los rincones del planeta por su valor ornamental. De crecimiento rápido, es poco exigente con la composición del suelo y las condiciones climáticas.
Se han encontrado semillas de ricino en las tumbas del Antiguo Egipto. Los autores griegos, entre ellos el prestigioso médico Dioscórides, ya conocían las propiedades medicinales de la planta y la aplicaban en sus tratamientos. Los romanos, maestros en el arte del envenenamiento, la usaban para «enriquecer» los platos que se servían en frio y mandar al infierno a los adversarios políticos.
Aquellos que piensan que el ocaso del Imperio fue cosa de los terribles bárbaros del norte, se equivocan. Los romanos fueron derrotados por si mismos, los rudos norteños se limitaron a ocupar las ruinas de una civilización suicida. Se dice que aquellos que no conocen la Historia están condenados a repetirla. Las similitudes entre Roma y USA son evidentes.
El ricino guarda cierta similitud con las higueras, sobre todo por la forma de las hojas, pero no llegan a ser tan grandes. Su tallo es leñoso y grueso, pero la madera no es útil. Tanto las hojas como los tallos pueden presentar, además del verde, tonalidades rojizas, igual que flores y frutos, ordenados en gruesas espigas. Los frutos maduros son globulosos, rojos o verdes y cubiertos de espinas.
En su interior guardan tres semillas, que recuerdan a las alubias, de color pardo jaspeado. En su pulpa albergan una proteína tóxica, la ricina. La ingestión de unas pocas semillas producen un terrible cuadro clínico de gastroenteritis con deshidratación, dañan hígado y riñones y ,si la dosis es suficiente, causan la muerte del sujeto en medio de terribles sufrimientos. Cuando el fruto está maduro, estalla, diseminado las semillas a más de 10 metros de distancia.
Si estás semillas se calientan, la ricina se descompone y mediante prensado se pueden obtener una mezcla de diferentes ácidos grasos, el aceite de ricino, siendo el ácido ricinoléico el responsable de los efectos farmácologicos. Este aceite es un potente purgante, dicho de otro modo, sirve para depurar el organismo de toxinas o venenos.
Es curioso que tanto el veneno como el antídoto tengan el mismo origen, todo depende de la intención que aquel que lo manipula.
El aceite de ricino (que además de ácido rinoléico tiene ácido oléico, palmítico, linoléico, esteárico...) se utiliza también para la elaboración de pinturas, barnices, lubricantes de motores y líquido de frenos o como cosmético, denominandose, entonces, como aceite de castor. Los ecologistas podemos estar tranquilos, no es preciso masacrar a los simpáticos roedores que construyen presas en los ríos de forma más sostenible que los estúpidos humanos (que, casualmente, rima con romanos).
Como todas las plantas con pasado tenebroso, la imaginación popular ha ideado multitud de nombres comunes muy ilustrativos: Grano mayor de reyes, Higuera del diablo, Mamona, Palma de Cristo, Árbol del demonio, Tártago, Higuera del infierno…