Dicen que el humano es el único animal que es capaz de tropezar varias veces con la misma piedra. Parece que no somos capaces de aprender de nuestros errores. En la era del ladrillo, esos maravillosos años anteriores a la crisis de 2007, ocasionaron a la mayoría de los españoles graves problemas económicos. El motor de la economía fue la obra pública y la construcción. Los recursos del Estado se volaron en la construcción de redondas caras y horribles, autovías que jamás tuvieron los vehículos previstos, aeropuertos sin aviones, puentes y edificios mal construidos que costaron el triple de lo presupuestado… La política se convirtió en una cloaca corrupta. Los bancos prestaban cantidades monstruosas de dinero a iluminados promotores de viviendas que prometían milagros sin dar ningún tipo de garantía que no fuera una cara tan dura como el hormigón.
Las mismas entidades que proporcionaban efectivo a los constructores, se lo prestaban a los compradores de esas mismas viviendas. La economía entró en un círculo vicioso, donde todo el mundo pensaba que las nóminas eran eternas. La Naturaleza fue atacada por todos los frentes, empobrecida, arrasada y ensuciada por todo tipo de absurdas intervenciones.
Los promotores y los políticos sobornados que todo lo permitían, hablaban de innumerables puestos de trabajo, de avalanchas de turistas nacionales e internacionales. Los ecologistas eran los feos del baile, los tocapelotas enemigos del progreso económico. Se pensaba que por una mierda de planta o un pajarucho que podría desaparecer, se condenaba a comarcas enteras a permanecer en la Edad de Piedra.
Tras la borrachera del ladrillo, vino la resaca de la realidad. España estuvo al borde de la bancarrota, muchos perdieron trabajo, casa y coche, sin embargo, sólo se rescató a los bancos. La sanidad , la educación y las personas dependientes pagaron la fiesta. El país quedó plagado de vivienda sin vender y, muchas veces, sin acabar, por doquier se ven esqueletos de hormigón, campos de golf y piscinas sin agua.
Hace unos pocos días pensé que había viajado en el tiempo. Escuché, en un telediario, que una empresa promotora habla de crear unas playas artificiales en la provincia de Guadalajara. Justamente este puñetero año, el más árido de los últimos cien, cuando los pantanos están al límite y España ha ardido por los cuatro costados. Dicen que el agua que se precisa no supera la que pueden consumir 80 viviendas y que tiene una mágica sustancia que evita la evaporación. Quieren construir 4.000 viviendas, y están confiados, que lo van a dejar todo tan bonito que van a vender pisos como churros.
Los partidos políticos que gobiernan la comarca están de acuerdo con los constructores, hablan de puestos de trabajo, de restaurantes y hoteles repletos de gente con los bolsillos bien repletos.
Pero siempre hay gente que quiere joderlo todo. En el lugar destinado a la playa hay lagunas naturales y un hermoso paraje. Los ecologistas y los concejales rojos se oponen al proyecto, hablan de unos putos patos en nosequé charcos y que en el pueblo quedan cientos de viviendas de años anteriores sin vender. La misma historia de siempre, condenada a repetirse hasta el infinito.
Por cierto, al invento quieren llamarle «La Lobera Beach». ¡Manda huevos!