Aves del Paraiso, la maldición de la belleza

Los primeros marinos que surcaron los Mares del Sur, a bordo de barcos de madera impulsados por los vientos, eran muy amigos de las leyendas y supersticiones. Nacidos en la vieja Europa, muchos de ellos de tierras frías y nebulosas, cuando navegaban las soleadas e inconmesurables aguas del Pacífico y el Indico y ponían pie en exósicas islas, su imaginación y asombro ante lo nuevo, convertían a esta ruda gente de mar en individuos muy crédulos. Sirenas, monstruos marinos, barcos fantasmas, tesoros ocultos, volcanes dormidos, poblaban sus mentes de quimeras y sueños.

Las Aves del Paraíso, no más de cuarenta especies, confinadas a Nueva Guinea, la costa este de Australia y las pequeñas islas próximas, eran consideradas aves malditas. Aquellos que se sentían fascinados por sus hermosas formas y colores, y capturaban a una de ellas, quizá a una Esmeralda Grande, Paradisaea apoda, cuando la subían al barco, éste naufragaba o padecía terribles desperfectos por un inesperado tifón.

Los lugares donde viven estas aves gozan de abundante alimento, pocos depredadores y pese a ser parientes de los tristes cuervos, su plumaje es vistoso y peculiar. El ave del paraíso de Penant, Pariota sefilata, de cálidas tonalidades, poco tiene que ver con el negro de sus primos europeos.

Son esquivas y muy difíciles de observar, es complicado, incluso hoy en día, criarlas en cautividad o que puedan soportar un viaje por mar. Habitan llanuras pantanosas próximas a la costa o altas montañas de exuberante vegetación tropical, como el ave del paraiso republicana, Cicinurus respublica.

Las plumas, además de su colorido, presentan formas y tamaños particulares, como puede verse en el ave del paraiso de Alberto, Peridophora albertis, este presenta largas plumas que le nacen de la cabeza y superan varias veces la longitud del cuerpo.

El despliegue estético de estos animales no es casual, es una herramienta de la selección natural. Los ejemplares más llamativos o los que ejecutan con más arte los bailes nupciales, son los que tienen más alta probabilidad de reproducirse. De este modo, la evolución, favorece así los plumajes y comportamiento vistosos. El macho del ave del paraiso goliazul, Ptiloris magnificus, de tonalidades negras y azules, ejecuta una extraña danza ante las hembras, mucho menos vistosas, que maravilla a todos aquellos que han tenido la suerte de observarla.

Hoy, las míticas aves están en peligro. Los ecosistemas donde viven sufren la degradante acción humana y superadas las antiguas supersticiones marineras, son frecuentemente cazadas y disecadas para satisfacer a estúpidos coleccionistas. Si el mítico rey Midas todo aquello que tocaba se convertía en oro, los seras «civilizados» destruyen con sus miserables manos la generosa belleza que nos brinda la Naturaleza. Cuando Dios eligió a nuestra puñetera especie como reyes de la Creación debía estar pensando en otra cosa.
    

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