El escritor Julio Verne emprendió el Viaje al Centro de la Tierra aprovechando una sima que se abría en la cumbre de un volcán en Islandia. Desde allí, un geólogo y dos ayudantes descendieron a los abismos terrestres. Aunque sólo profundizaron unos pocos kilómetros, fueron capaces de atravesar Europa hasta llegar por galerías subterraneas hasta la isla italiana de Estromboli en el Mar Tirreno.
Hoy sabemos que hay otra manera de realizar este viaje de descubrimiento. Sin viajeros humanos, serán las ondas sísmicas las que nos den la información que precisamos. También se ha intentado sondear con taladros titánicos, pero apenas hemos penetrado la epidermis, a la manera de un mosquito que quisiera con su aguijón llegar al corazón de un dinosaurio. Otra forma de conocer los interiores del planeta es el estudio de las rocas que han aflorado a la superficie y que se han formado por el enfriamiento de los materiales fundidos en las entrañas terrestres. Por último, la existencia y la intensidad de campo magnético planetario también nos proporciona una valiosa información.
La transmisión de las ondas sísmicas, que no son más que ondas mecánicas como el sonido, depende de la densidad de los materiales que atraviesa. Cuando mayor es la densidad, mayor es la velocidad. Por ese motivo, el sonido viaja con una velocidad más alta en el agua que en el aire. La diferencia de densidades entre dos medios distintos también afecta la dirección de la propagación (refracción), incluso, como si fuera un eco (reflexión), puede invertir el sentido de las ondas. Manejando estas variables y recopilando datos de los sismógrafos diseminados por el mundo, podemos obtener una ecografía bastante precisa de nuestros interiores planetarios.
Sí pudiéramos cortar la cebolla terrestre con un cuchillo de dimensiones cósmicas encontraríamos las siguientes capas:
• Corteza: Llega hasta una profundidad de 30 km y tiene una densidad media de 2.9 g/ dm3. Los óxidos de silicio y aluminio son los compuestos más abundantes. Sobre ésta descansa la hidrosfera y la atmósfera, y sólo en ella hay vida. En los fondos marinos, donde la corteza es más fina, se están efectuando sondeos para alcanzar estratos inferiores, de momento con escaso resultado.
• Manto: Está separada del estrato superior por la Discontinuidad de Mohorovich, lugar donde las ondas sísmicas se frenan con brusquedad, después superan ampliamente la velocidad anterior. La composición quimica dominante son los óxidos de silicio y magnesio. Llega hasta los 2.900 km y su densidad es creciente, pasando de 3.3 a 5.5 g/ dm3. Finaliza en la Discontinuidad de Gutenberg. La parte superior se supone que está en estado sólido (litosfera) y la inferior está fundida (astenosfera). Cuando los materiales incandescentes de la astenosfera se abren paso hasta la superficie se produce una erupción volcánica.
• Nucleo: Rico en hierro y níquel, alcanza hasta el centro de la la Tierra, a 6371 km de profundidad. Tiene dos secciones, el núcleo externo está separado del interno por la Discontinuidad de Wiechert. El núcleo externo está en estado líquido y el interno se encuentra cristalizado. El movimiento de rotación del planeta se desfasa respecto al giro del núcleo interno, generando el campo magnético al actuar como una dinamo. La densidad, creciente, varía de 10 hasta 13.6 g/ dm3. El campo magnético es esencial para que haya vida en el planeta, repele los mutagénicos rayos cósmicos. El planeta Marte, cuando tenía campo magnético, permitía la existencia de vida. Hoy en día, tras enfriarse y solidificarse su interior, cesando así el efecto dinamo, es muy difícil, por no decir imposible, lograr que la vida pueda implantarse.