Los árboles plantados en los parques y calles de las ciudades son seres benéficos que hacen que los entornos urbanos sean más habitables por los humanos. La ciudad es un ecosistema opuesto a los ecosistemas naturales. Los ambientes naturales proporcionan a sus habitantes la infraestructura necesaria para la vida. En ellos, la alimentación, la aireación, la eliminación de residuos, el suministro de agua, los hábitats y en general, todo lo preciso para efectuar los ciclos vitales, está autorganizado de forma espontánea. La interación de los inquilinos vivos, el medio natural inerte y el factor tiempo, alcanzan un equilibrio dinámico que resulta impensable en entornos urbanos, donde es preciso una planificación y una atención constante. Sin embargo, en este empeño, no siempre estamos solos, tenemos la ayuda impagable de nuestros amigos los árboles.
¿ Cómo influyen las especies arborea en la habitabilidad de las ciudades?
• Absorben dióxido de carbono, uno de los gases responsables del Calentamiento Global.
• Producen oxígeno, sustancia imprescindible para la vida.
• Proporcionan sombra y evaporan agua, funciones muy importantes en ciudades calurosas y en periodos veraniegos, ayudando de este modo al ahorro energético y limitando la liberación a la atmósfera de ciertos gases relacionados con la refrigeración artificial, también causantes del Efecto Invernadero.
• Ejercen de barrera natural contra el viento, haciendo las temporadas frías más llevaderas.
• Sirven de refugio a los pájaros, que además de alegrarnos la vida, mantienen a raya las molestas plagas de insectos, sean mosquitos, moscas o cucarachas.
• Embellecen la ciudad y nos acercan la lejana Naturaleza a nuestro deambular cotidiano. Sus efectos antiestres son más que necesarios en la vida contrarreloj del agobiado urbanita.
No sólo los árboles influyen sobre la ciudad, la ciudad también influye en ellos y no de forma beneficiciosa.
Las especies arboreas necesitan ciclos de luz y oscuridad, igual que los animales y humanos, pero cuando oscurece, la iluminación artificial toma el relevo. La floración, el crecimiento, la formación de frutos y, en general, los procesos metabólicos de los vegetales (carentes de sistema nervioso) se regulan por hormonas, muchas de ellas regidas por la alternancia de periodos luminosos con periodos oscuros. Así, las plantas saben cuando es de día y de noche, y también si estamos en primavera, verano, otoño o invierno.
Las plantas necesitan, a su modo, dormir por las noches. Se ha observado que en los periodos nocturnos su altura disminuye hasta diez centímetros y que los procesos fotosintéticos, obviamente, cesan. Pero las luces de la ciudad no permiten este descanso y su vida se acorta.
Este entorno les afecta en el ciclo reproductivo. La producción de flores y frutos disminuye. Muchas especies precisan de polinizadores nocturnos y estos, en la luminosa ciudad, no están en su ambiente óptimo. Los polinizadores diurnos, mariposas y abejas, tampoco. No les gustan los aires urbanos.
La contaminación atmósferica también les perjudica de otro modo: El hollín se pega a sus hojas, dificultando el intercambio de gases y la llegada de luz para procesos fotosintéticos. Los óxidos de nitrógeno y azufre, resultado de la combustíón de motores, debilitan su metabolismo. Las ramas y troncos se tornan quebradizos, produciéndose accidentes mortales entre la población, como los últimos producidos en Madrid.
Las raíces, muchas veces mutiladas o carentes del suficiente suelo para desarrollarse correctamente, restan fuerza al árbol, como en el caso del ficus centenario caído en Murcia.
Cada vez se ven menos árboles en las ciudades, el ladrillo, el asfalto y el hormigón gozan de privilegios inmerecidos, fascinan a los gobernantes y les llenan los bolsillos de comisiones. Los automóviles son los dueños de la ciudad, se adueñan de las vías pública, mientras los pobres ciclistas y peatones se juegan la vida y la salud. Cada vez estamos más lejos de las ciudades amables y más cerca de vivir en infiernos. Quizá nos lo merecemos por nuestra pasividad. Confiemos en las generaciones venideras, en un futuro verde, de gente sana y equilibrada, mientras tanto, atiborremonos con ansiolíticos, aires cancérigenos, tranquilizantes y libros de autoayuda.
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