Buscando a Moby Dick

Hubo un tiempo que las ballenas eran incontables. Barcos de madera, impulsados por el viento, las buscaban por todos los mares del mundo. Los cetáceos proporcionaban a la sociedad humana infinidad de productos útiles. Con sus grasas se fabricaban las velas que iluminan los interiores o el combustible que alumbra las calles, también se utilizaba como lubricante industrial, para elaborar margarinas y pinturas antioxidantes. Una extraña sustancia, el ámbar gris, producida por la descomposición de los cachalotes fallecidos en la Naturaleza, era recogida flotando a la deriva. Con ella se elaboraban los cosméticos más cotizados de la época. Por otro lado, su carne era un importante alimento para esquimales, polinesios y otros pueblos del Pacífico.

Los balleneros abatían sus presas jugándose la vida. Cuando avistaban el animal desde el barco botaban varias lanchas al mar, tripulada por una docena de remeros, un timonel y un arponero, y salían a su busca. En la lucha unos morían ahogados, otros, con el corazón atravesado.

En la novela Moby Dick, un capitán enloquecido por vengarse de un cachalote blanco arrastra a sus hombres a la tragedia. Esta obra contiene realidad y ficción en partes iguales. Moby Dick existió y aterrorizó las costas de Chile y Perú, atacando sin necesidad de provocación. Sobre su blanco lomo crecía un bosque de arpones y lanzas quebradas, cicatrices de sus múltiples batallas contra los asesinos de sus congéneres, que no esperaban que un cetáceo a toda velocidad y sin miedo partiera el casco de la nave en dos.

Pasó el tiempo y los arpónes dejaron de ser empuñados por manos humanas y los barcos ya no eran de frágil madera sino de indestructible metal, impulsadas por titánicos motores de gasoil. Sin necesidad de lanchas, desde la cubierta, se les fue exterminando con sistemática crueldad. Ya no eran tan necesarias como antes, la electricidad y la química del petróleo habían tomado el relevo. Sin embargo, se les persiguió hasta casi su desaparición.

Ahora, la mayoría de los países del mundo han prohibido su caza. Los noruegos y japoneses, con la insostenible escusa de que lo hacen con fines científicos siguen matándolas. La contaminación de los mares, el cambio climático y los sonares de buques de guerra, hacen el resto del trabajo sucio.

 El Canto de las Ballenas se ha convertido en un Réquiem, no sólo para ellas, sino también para los seres humanos. Nuestros destinos están intimamente ligados, un mundo sin ballenas es la antesala de un mundo sin personas. Busquemos a Moby Dick, pero para pedirle perdón de rodillas por nuestra sangrienta estupidez. No sé para qué queremos colonizar planetas nuevos. Ni siquiera sabemos cuidar de éste.

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