El sol desde su trono espacial abrasa todo lo que la vista alcanza. El horizonte muestra a lo lejos rojizas montañas que interrumpen una monótona llanura de vegetación escasa y piedras desnudas esparcidas sin orden alguno. No hay trazas de verdor ni de la presencia de agua en la superficie. Un grupo de dromedarios (Camelus dromedarius) in jinetes ni carga pasta tranquilamente ásperos matojos resecos, disfrutándolos como haría un gourmet en un restaurante de muchas estrellas. Pero no estamos en Arabia o en el Sáhara. La escena que ocurre en Australia y en la actualidad. El desierto que ocupa el centro de esta isla gigante posee la mayor población de dromedarios salvajes del mundo, más de un millón de ejemplares.
Los colonizadores necesitaban un medio de transporte para desarrollar sus actividades económicas en las tierras de las que habían apropiado. No había animales de carga entre la fauna que se encontraron. Los caballos, mulas y burros que usaban en sus países de origen no soportaban la escasez de agua ni la estricta dieta de estas remotas tierras que les esperaban en Australia central.
Los dromedarios resultaron ser la solución perfecta. Son duros, poco exigentes y trabajadores. La mayor parte de los individuos importados fueron embarcados en las Islas Canarias a finales del siglo XVIII. En el lugar de destino fueron imprescindibles hasta la llegada de los vehículos de motor en el siglo XX. Después, se les abandonó a su suerte, y, contra todo pronóstico, sobrevivieron y prosperaron de tal modo que se convirtieron en una plaga.
Los camellos se adueñaron del territorio. El escaso alimento de su territorio y los recursos hídricos fueron monopolizados por la especie invasora favoreciendo la desertificación y perjudicando a los habitantes originales como el canguro rojo (Macropus rufus), icono nacional, actualmente en peligro de extinción.
La Administración, como siempre y en cualquier lugar del mundo, reaccionó tarde y mal, cuando ya no hay salidas fáciles. Las autoridades pensaron que la cosa se podía arreglar a tiro limpio. En muchos lugares del planeta muchas especies habían sido exterminadas por cazadores en tiempo récord. Pero aquí no funcionó dada la extensión de los territorios invadidos y la vitalidad de los invasores.
El problema subsiste en la actualidad y la demografía «camellil» mantiene sus estadísticas. Los Árabes, muy aficionados a las carreras de dromedarios, se han convertido en los mejores clientes de Australia en la compra de estos animales. En sus parajes naturales el dromedario está en declive, ya no quedan manadas salvajes y la cría artificial apenas satisface la demanda de los pocos nómadas que aún perviven.
Las carreras de dromedarios mueven mucho dinero en apuestas y los petrodólares pertenecen a dueños muy gastosos. Los jinetes, que antes eran niños por su escaso peso, han sido sustituidos por autómatas, más ligeros aún. A estos animales no les gusta correr, es preciso fustigarlos continuamente para que galopen y nunca lo hacen durante más de un kilómetro. Eso sí, los propietarios de los camellos y los apostadores, se consideran grandes deportistas y amantes de los animales. Los que cazan por diversión comparten también estos nobles sentimientos.