¿Existe el yeti?

«Los ancestros del yeti abandonaron África cuando apenas eran más altos que un chimpancé. En el éxodo hacia las montañas del Himalaya adquirieron gran corpulencia y altura, sus piernas se fortalecieron y sus pies se ensancharon, convirtiéndolo en un rápido cazador. Estas moles de carne y hueso llegaban a pesar docientos kilos. Veloces, fuertes e inteligentes no precisaron de herramientas para sobrevivir en las alturas. Los lobos y panteras les temían y los rumiantes y productos del bosque (bayas, raíces, setas) los alimentaban. Un grueso abrigo de pelos blancos le protegía del frío. No era necesario el fuego. El lenguaje de signos y ruidos vocales no pasó de ahí, la vida era sencilla, no precisa un complejo sistema de comunicación.

Pasaron miles de años siendo los Reyes de la Montaña hasta que llegó un feroz competidor. Un homínido como ellos, pero de escaso porte. Iba cubierto de pieles de animales, portaba herramientas de caza y labor, y dominaba el fuego. A los yetis no les gusta el fuego ni las armas que hieren a distancia. Los recién llegados son muchos y serán más. Las hembras pueden parir cada año. Las hembras de yeti cada treinta.

No hubo una verdadera guerra entre ambos bandos, pero si sangrientas escaramuzas. Los yetis comprendieron la situación de inferioridad en que se encontraban y decidieron esconderse en los parajes más altos y laberínticos  del Himalaya. Los adversarios les dejaron en paz, su escasa población no consumía muchos recursos.

Sin embargo no todos los gigantes se resignaron a vivir en la clandestinidad. Emigraron buscando nuevas tierras donde aún no hubiesen llegado los perniciosos enanos del fuego. Su peregrinación les llevó a un nuevo continente. Siguiendo a los renos en en el Noreste de Siberia cruzaron el Estrecho de Bering y llegaron a América del Norte. Habían llegado a un lugar sin competencia de otros homínidos. Volvían a ser reyes. Su pelaje se torno pardo, pero no perdieron corpulencia ni agudeza. 

La historia se repitió otros miles de años más tarde. Esta vez los recién llegados eran la especie más cruel de todas, la que triunfa mediante el exterminio de sus competidores, el Homo sapiens. Los Big Foots se exiliaron a las Montañas Rocosas y los bosques impenetrables. El Sur era demasiado cálido para su especie…»

Esta narración puede ser cierta o ficticia. Los científicos necesitan verdades comprobables, los criptozoologos y los detractores de la ciencia oficial buscan emoción y misterio.

El camino de la Ciencia es lento, pesado y minucioso. Precisas tener pruebas y que estas sean accesibles al resto de la comunidad científica. No hay afirmación que no deba ir acompañada con datos objetivos y muestras verificables.

Los que no creen en la Ciencia de Newton, Einstein o Darwin, les basta con testimonios, fotos y vídeos borrosos, leyendas antiguas y urbanas, o con tener audiencia en sus medios de comunicación.

El negocio turístico está encantado con la Criptozoología, no hay mejor Marqueting que tener en tu país un lago con monstruos antediluvianos, una montaña con yetis, un mar con sirenas o una isla con unicornios.

A los científicos no los quieren los empresarios del sector. Son los tocapelotas, siempre anunciando catástrofes o poniendo el grito en el cielo por la desaparición de un insignificante bicho. No es bueno para los beneficios económicos asustar al público ni restringir la construcción o las actuaciones sobre el medio natural.¡ Viva el progreso y que se jodan las ballenas!

Y de este modo la Criptozoología aumenta su número de feligreses de forma exponencial, está de moda. Hay mucha demanda de información y de documentos gráficos. Mientras tanto, los científicos de verdad languidecen entre becas miserables, desprecio administrativo y  polvo de tiza.

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