Colonizando Marte

Marte es frío, un poco más pequeño que la tierra, con agua en estado sólido confinada en los polos. No posee un campo magnético, como el nuestro, que proteja la vida contra los mutagénicos rayos cósmicos. La atmósfera del planeta rojo es tenue, compuesta por dióxido de carbono; un día tuvo una como la terrestre, pero se la mayoría se perdió en el vacío cósmico.

Los futuros colonos tendrán que enfrentarse a un sinfín de problemas para sobrevivir y muchos más sí pretenden resucitar Marte, convirtiéndolo en el refugio de la humanidad cuando la Tierra se convierta en un ataúd. Está claro que no habrá sitio para todo el mundo. ¿Quién y cómo hará la selección?

La vanguardia colonizadora tendrá que traerse de casi todo, agua, aire respirable, comida, materiales de construcción…Se supone que primero mandaremos las naves con los suministros y después a los viajeros, a los que les esperará un viaje, sólo de ida, de ocho meses de duración como mínimo.

Todavía no controlamos la técnica de hibernación, aunque se está investigando en ello sin grandes avances. Una tripulación dormida consume poco, tan sólo un poco de oxígeno y energía, y no está sometida a la presión psicológica de vivir tantos meses en un pequeño cubículo rodeados de la nada. Pocos estarían capacitados para soportar la situación sin perder la cordura. Los astronautas que permanecen meses y meses en las estaciones espaciales que orbitan nuestro planeta, nunca lo pierden de vista, si fuera preciso volver, en pocas horas un transbordador los traería de vuelta o les aportaría los suministros requeridos.

Imaginemos que todo ha ido bién y han amartizado ya los primeros colonos en perfecto estado de salud. Ya saben que nunca volverán y que serán enterrados en Marte y hasta la segunda expedición tendrán que habitar con la misma y escasa gente. Están condenados a vivir en armonía y por mucho que se hayan esmerado en la selección, la tarea se hace casí imposible.

Supongamos que no ha habido asesinatos ni sabotajes, que los hábitats funcionan a la perfección y que los invernaderos producen alimentos y oxígeno. Cada dos años llegan nuevas remesas de materiales y personas y no hay problemas con el presupuesto.

El objetivo final es la terraformación, es decir, que el planeta inerte tenga un ecosistema que permita a los humanos vivir a la intemperie, libres de pesados trajes y claustrofóbicas viviendas. Para empezar, necesitamos una atmósfera. Organismos fotosintéticos, importados de la tierra y mejorados genéticamente, mediante la luz, pueden transformar el dióxido de carbono en oxígeno, siempre y cuando dispongamos de agua líquida. Tras unos cientos de años tendremos una atmósfera respirable, confiando en que esta vez no escape al vacio.

La falta de campo magnético en Marte es de difícil solución y estaremos a merced de los rayos cósmicos, el cáncer y las malformaciones serían nuestros acompañantes, a no ser que fabricaramos costosísimos electroimanes de tamaño planetario.

De momento no tengo ilusión con ser pionero de Marte, tampoco creo que me seleccionarán. Prefiero quedarme aquí y soñar con otras cosas, por ejemplo, que las generaciones que me siguen sean capaces de cuidar la Tierra, el único paraiso conocido que existe.

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