Lágrimas de cocodrilo

Una gigantesca hembra de Cocodrilo del Orinoco vigila la eclosión de sus huevos. La escena trascurre en un afluente de la corriente principal, bajo la penumbra de la selva amazónica, en aguas cálidas y barrosas.  Quinientos años antes, los descubridores españoles confundieron estos parajes con el paraíso terrenal de Adán y Eva.

Si la madre supiera contar sabría que han nacido cuarenta crías, de tan sólo unos pocos centímetros de longitud. En esta fase de crecimiento reciben el nombre de mariposos y son de color verde grisáceo. Pocos van a llegar a la edad adulta, la presión de los predadores es muy grande, pero conforme crece el reptil, los enemigos se van transformando en alimento.

Los humanos consumimos artículos de piel de cocodrilo y compramos mascotas para nuestro disfrute, es decir, creamos el mercado que mantiene a una plaga de cazadores furtivos mermando las poblaciones naturales. Muchos pequeños caen en trampas y son secuestrados de su medio. De los cuarenta iniciales, diez viajan en las frías bodegas de un avión que hace la ruta Bogotá -Madrid. Del resto, sólo uno o dos llegará a la madurez y si no los convierten en bolsos podrán cerrar el ciclo reproductivo.

El viaje ha sido un infierno, en un recipiente clandestino de agua sucia flotan nueve cadáveres y un ejemplar medio muerto, el que se exhibirá días más tarde en un escaparate de un centro comercial. Al poco rato, un comprador se lo lleva a casa, pagando un buen dinero.

Si el cuidador no es muy burro, el animal sobrevivirá y llegará a la etapa de amarillo, de dorso color crema y vientre amarillento, después, pasará la etapa de negro, con tonalidades oscuras y por último llegará  a adulto, de pardo y gris. El tiempo pasa y el acuario se queda pequeño. El cocodrilo deja de ser una novedad y se convierte en molestia. Necesita un hábitat con mucha agua y un terreno seco. El agua huele mal de los restos de comida y los excrementos.

Alguien tiene una genial y bonita idea, que consiste en soltar al cocodrilo, bastante crecido ya, en un pantano. En España los pantanos no se parecen al Río Orinoco, hace frío y las presas son un triste alimento, algo de pescado y de carne de rata, lejos de la compañía de sus congéneres y a la sombra de árboles raquíticos. Si es verdad que los cocodrilos lloran, la situación es la ideal para explayarse.

Si algún bañista recibe un buen bocado no culpemos a este triste monstruo secuestrado en su más tierna infancia, es asunto del karma.

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