En la España desforestada de principios del Siglo XX el pino fue la alternativa al desierto. Necesitábamos barcos, leña, materiales de construcción y pastos para la oveja y la cabra, fuentes de carne, leche, tejido y cuero. Estuvimos a punto de acabar con los árboles, como les pasó a los Rapa Nui, antiguos habitantes de la Isla de Pascua, desaparecidos de la historia por arboricidas.
De forma natural los pinos no deberían de ocupar la inmensa superficie que ocupan, su implantación fue una grandiosa chapuza. Por si faltara algo, las especies que se han utilizado para la repoblación son de otros continentes, lo que casi siempre acaba mal.
Los pinos deberían estar en costas con dunas, es el caso del Pino piñonero o en altitudes superiores a los 800m, como el Pino negro o por encima de los 1000 como el Pino silvestre. La franja restante, donde están ahora los pinos «invitados» era el Reino de los Quercus, productores de bellota. En las partes más bajas, donde la vegetación no supera la altura de un ser humano, el matorral, domina la pinchosa coscoja, Quercus coccifera. A partir de los 500m, aproximadamente, es el territorio de otros Quercus, como; la encina, el quejigo, el roble, según el sitio. También hay otros actores, como; hayas, castaños, tejos…
Los pinos importados tienen diferentes orígenes, Asia Menor o Norteamérica según sea Pinus halepensis o Pinus radiata. Estos artistas invitados son una chapuza de los gestores de los montes. Querían algo de crecimiento rápido, poco exigentes de agua y suelo.
Los Quercus son mucho más lentos y es más difícil repoblarlos, pero son los adecuados. No empobrecen el suelo con ácidas agujas, lo sustentan con profundas raices y permiten un sotobosque resistente a la avenidas de agua y por tanto a la desertificación. Aguantan mejor el fuego, al menos su resina no es un agente acelerante. Sus frutos sustentan la fauna del bosque, desde pequeños roedores hasta grandes rumiantes. Los Quercus favorecen la diversidad y no atraen perniciosas plagas como la procesionaria, tóxica también para animales o humanos. Su madera es buena para escultores y ebanistas, estos pinos solo valen como envases para frutas o para papel. Como combustible son de escasa capacidad calórica.
No sólo tenemos Quercus en las montañas, los hay de llanuras, el alcornoque es el soporte de la dehesa, tesoro ambiental de nuestra Península, ecosistema fabricado a medias por el hombre y la naturaleza. Allí sobrevive el Águila imperial y el lince; se obtiene el corcho, piedra angular del buen vino, y el jamón de bellota, el pata negra, ejemplo de ganadería sostenible; se cría el toro bravo, tótem de lo hispano y víctima del sangriento circo de la tontomaquia, estigma de la Vieja España.
En muchos lugares se está repoblando con Quercus, las generaciones venideras nos lo agradecerán. Son un aliados imprescindibles de nuestra subsistencia como especie.