Conocí a un hombre que amaba el café con locura. Disfrutaba mucho visitando las tiendas donde lo venden. El aroma del grano recién molido le hacía viajar con la mente. Unas veces pedía que le molieran Blue Montain, entornaba los ojos y veía la Montaña Azul de la isla Jamaica, con las filas de cafetales trepando por las laderas, guardando en los frutos rojos el mejor café del mundo, con el aroma, amargor, acidez, textura… en la proporción perfecta. En otras ocasiones le gustaba volar por encima de un volcán y demandaba la variedad Tarrazú, de Costa Rica donde se cultiva en suelos fértiles de origen volcánico y de poca acidez, entre los 800 y 1.600 metros de altura.
El amante del café del que hablamos es un profesor jubilado, dispuesto a dar conferencias al resto de los clientes del establecimiento a la menor escusa:
» El origen del café es mucho más humilde y en un paisaje bien diferente a Jamaica, Costa Rica o Colombia. Los colonizadores de América introdujeron el cultivo en el siglo XVIII y su consumo se extendió por todo el mundo en menos de un siglo. El descubridor de los beneficios de esta planta ni siquiera era humano…
Todo empezó en las montañas de la Península Arábica, en Yemen, donde un pastor observó que su cabra favorita, cuando comía los frutos de cierto arbusto, tenía un extraño comportamiento. De ser un tranquilo animal pasaba a ser un manojo de nervios, que saltaba de forma compulsiva de risco en risco, que no comía ni dormía y tenía asustado al resto del rebaño.
El pastor pensó que le vendría bien utilizar el descubrimiento de la cabra en beneficio propio. Las noches en la montaña son duras. Es preciso estar alerta, los ladrones de ganado y las bestias salvaje codician su ganado.
Sin ninguna clase de precaución ingirió un puñado de frutos con un resultado nefasto. Su estómago no era tan resistente como el del primer catador y su cerebro tampoco. Entre dolores y náuseas, tuvo terribles alucinaciones que a punto estuvieron de volverlo loco de por vida, pero el hombre no se desánimo y practicando, esta vez de manera más prudente, el método ensayo/error, dio con la fórmula.
Las semillas, es decir, los granos de café, deben ser extraídas del fruto y puestas a tostar. Después se muelen y se añaden al agua hirviendo. El negro liquido resultante, filtrado y endulzado con azucar, es lo que hoy seguimos consumiendo.»
A cabo del tiempo logré tener cierto trato con el viejo profesor y decidí invitarlo a compartir unas tazas del preciado líquido conmigo. Él declinó la invitación:
– Se lo agradezco mucho, joven, pero nunca lo he bebido. De niño me operaron del corazón y los médicos me desaconsejaron su consumo. Compro para mi familia y para regalar a los amigos.
Dicho esto me regaló un paquete que acababa de adquirir:
– Es es de la variedad «Caracolillo», de Cuba. Le va a gustar.
Hoy el negocio del café es uno de los más importantes del mundo, ocupando a multitud de agricultores, científicos, transportistas, chefs de cocina, expertos catadores, intermediarios y vendedores.
La planta, Coffea arábica, también se cultiva en Brasil, Indonesia, Colombia, India, Perú, Honduras, México ,Uganda. Bolivia, Camerún, El Salvador, Ecuador, Guatemala, Haití, la isla de Java, Kenia, Nicaragua, Panamá, Puerto Rico, República Dominicana…
El ser humano no es consciente de la impagable deuda que ha adquirido con el Reino Vegetal y Animal.