Australia fue el último territorio que colonizó el Hombre Blanco. Este continente/isla estaba habitado por un puñado de aborígenes y una peculiar fauna, distinta a lo que se conocía hasta la fecha. El proceso de invasión resultó nefasto para los legítimos propietarios de las tierras y el equilibrio de la Naturaleza.
Las tropelías son tantas que prefiero centrarme en el caso de los conejos, que servirá de ejemplo de aquello que nunca debió ocurrir.
Los colonizadores, anglosajones en su mayoría, decidieron soltar conejos, especie exótica en esos andurriales, sin que se sepa bien porqué. El resultado fue que, habiendo eliminado a tiros los escasos predadores australianos, los roedores se convirtieron en una plaga que arrasaba los cultivos y la vegetación. Una coneja engendra una media de cinco crías por parto y en un año pare cinco veces.La población de conejos alcanzó dimensiones estratosféricas, calculándose unos 600 millones de ejemplares.
Se intentaron varias soluciones:
• Construir un muro de contención, que llegó a medir 1700 Km y fue completamente inútil.
• Introducir zorros, pero éstos prefirieron las presas locales, menos expertas en escaquearse que sus viejos conocidos los conejos.
• Dispersar un virus que producía una mortal enfermedad llamada Mixomatosis. Les funcionó bien, sólo que el microorganismo llegó a Europa y, en algunas zonas acabó con el 99% de los conejos, pilar fundamental del ecosistema. En España estuvo a punto de desaparecer el Lince, el Aguila imperial, el conejo al ajillo, y un sinfín más de especies. También contrajeron la enfermedad algunos humanos, pero para nosotros no es letal.
El problema ha vuelto a ocurrir en Australia. La Mixomatosis es agua del pasado y los roedores tienen nuevos planes de conquista. El Gobierno Australiano, olvidando lo anteriormente relatado, ha dado el visto bueno a la propagación de un virus de última generación, tan mortífero como el Ébola y tan contagioso como la gripe.
Un virus que puede viajar en el barro de las zapatillas de un turista australiano que haya decidido veranear en la Península Ibérica.
El ser humano busca su propia extinción, estas idioteces lo demuestran.